27 de abril de 2024
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Una empresa redonda | El salario emocional: medallas y reconocimiento

  • Desde RRHHDigital os presentamos el libro ‘Una empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’, escrito por Raquel Sánchez Arman y Jesús Ripoll, fundadores de Helpers Speakers.
  • En esta obra hacemos una revisión de la historia a través de las gafas del presente y relacionamos el viaje de Magallanes y Elcano siglos atrás con el viaje de las corporaciones en la actualidad.
  • No te pierdas cada semana un nuevo capítulo de ‘Una empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’.

“No se preocupe cuando no sea reconocido, pero esfuércese por ser digno de reconocimiento”

Abraham Lincoln

No, ni entonces ni ahora los empleados buscan mesas de pingpong, futbolines ni cápsulas gratis de café de todos los colores. Sentirse reco- nocidos ha sido, es y será la mayor recompensa. Aunque tampoco está de más una compensación económica.

Elcano, consciente de su gran aportación a la Corona (y al Mundo) y en pago al ingente sacrificio de los suyos, solicita bastantes cosas al rey Carlos I —que entonces tenía solo veintidós años— y este, a través de su secretario Francisco de los Cobos, le responde a casi todo que no.

Parece bastante injusto de entrada que se le deniegue el hábito de caballero de la Orden de Santiago (el mismo que había concedido a Magallanes y a su primer socio, Ruy Faleiro, antes de partir). Tampoco le concede la capitanía mayor de la Armada ni un permiso para poder llevar armas (debía de haber alguien que no le quería bien). Elcano no se olvida de su gente y pide que el rey interceda para liberar al grupo que quedó retenido en Cabo Verde (esta gestión sí se lleva a cabo con cierta diligencia).

Sí se le concede un escudo de armas con la inscripción “Primus Circumdedisti Me” (el primero que me circundaste) y se estipula que recibirá una compensación vitalicia, que jamás llegó a percibir completa, ya que estaba vinculada a los beneficios de la Casa de Contratación de la Especiería de La Coruña (se creó poco después, destinada a aligerar —y frenar el poder— al puerto de Sevilla).

“Nos el enperador, acatando lo que Juan Sebastian delcano nos ha servido en el descubrimiento de la especiería, e los muchos y grandes trabajos que en el ha pasado, nuestra merced y voluntad es que aya e tenga de nos para en toda su vida quinientos ducados de oro en cada un año” (sic).

Pudo haberse retirado a disfrutar de un merecido descanso, pero eligió volver al mar. No habían pasado ni dos meses de su llegada, cuando solicitó al emperador la capitanía de la siguiente armada que fuera al Maluco. Probablemente, conociendo el carácter de Elcano, sentía que debía regresar para rescatar a sus compañeros, además de asegurar los territorios frente a la amenaza portuguesa.

Frente a todo pronóstico, Elcano no fue nombrado capitán. El emperador —por razones que se nos escapan— nombró a Francisco García Jofre de Loaysa y Elcano embarcaría como segundo, con po- der de decisión naval.

Elcano cobró 613.251 maravedíes de recompensa que invirtió, prácticamente en su totalidad, en esa nueva flota —cuatro embarcaciones— para acometer la segunda expedición. Será la última. La maldición del Pacífico volvió a actuar y sus capitanes murieron antes de alcanzar la Especiería.

Durante estos primeros meses en tierra, se dedica a viajar a Irún, Fuenterrabía y otros lugares vascos, para dar el pésame a todas las ma- dres de los compañeros desaparecidos. Gesto que nuevamente le honra. Hay que ser humilde cuando las cosas van bien, cuando van mal es fácil. En Guetaria, su pueblo natal, y alrededores reclutaría a la tripulación (entre los que se encuentra un joven y entusiasta Andrés de Urdaneta, que pasará a la posteridad por abrir la ruta desde Filipinas hasta Acapulco a través del Pacífico).

El dinero obtenido de la primera travesía también le dio para man- tener a dos amantes y a sendos hijos, Domingo y María, de los que se acuerda en sus últimas horas en el testamento.

Dos mujeres le amaron en momentos muy diferentes de su vida: cuando era un adolescente anónimo, soñador y ambicioso, y cuando ya se había forjado una reputación y era uno de los personajes del momento en la corte de Valladolid. Elcano no se casó con ninguna, ni siquiera llega a convivir con ellas. Solo tuvo un único amor, incondicional y verdadero: el mar.

Su primera pareja conocida fue un amor adolescente: María Hernández de Hernialde, compañera “de juegos” en su Guetaria natal (esa a la que nombra indiscretamente en su testamento como “a la que siendo moza virgen hube”). A ella y a su hijo Domingo deja la nada desdeñable cifra de cien ducados.

Y en otro puerto, la segunda compañera: la vallisoletana María de Vidaurreta, con la que tiene a su hija María y a la que lega (cito textualmente) “por la criança della e por descargo de mi conciencia, cua- renta ducados” (la frase se comenta sola y el papel de Elcano como padre y esposo, también).

Sin duda, otra mujer importante en la vida de Elcano fue su ma- dre, Catalina del Puerto, que tiene nombre artístico de coplera y va a demostrar que es “más flamenca” que los palmeros del emperador, oriundos todos de Flandes.

Catalina ya demostró ser una madre coraje cuando sacó adelante —ella sola— a sus ocho hijos, con un padre ausente del que apenas se sabe más que su nombre, Domingo Sebastián de Elcano. Peleó incan- sable porque se retribuyera el sacrificio de su hijo.

El destino de la segunda expedición al Maluco le partió el corazón, no solo perdió a su heroico hijo, Juan Sebastián, sino a la casi totalidad de su familia. Junto a Elcano iban embarcados sus otros hijos: Martín Pérez de Elcano (piloto de la nao Sancti Spiritus), Antón Martín de Elcano (piloto en la Santa María del Parral) y Ochoa Martín de Elcano (maestre de la nao San Gabriel, y más tarde del patache Santiago). Además, su yerno Santiago de Guevara (capitán del patache Santiago) y marido de su hija Inesa de Elcano y un hijo de estos, llamado Martín Sánchez de Guevara. Afortunadamente, Ochoa sobrevivió y logrará regresar a bordo de la Santiago, ya que se separó de la flota durante una tormenta en el Pacífico, y fue en busca de Hernán Cortés.

Pero volvamos al despacho del rey y a esa audiencia con los primeros circunnavegantes.

Respecto a los otros miembros destacados de nuestra flota, Fran- cisco Albo y Miguel de Rodas, Carlos I les concedió cincuenta mil maravedíes anuales de por vida a cada uno y también sendos escudos de armas. Ignoramos si ellos tuvieron más fortuna en los co- bros. Hernando de Bustamante también recibió su propio escudo y, a los demás, los exime de pagar el quinto real (es decir, condona esa quinta parte de los beneficios obtenidos que debía tributarse a la Corona). También aplica para los presos de Cabo Verde.

Queda registrado que a Juan de Pegu, “yndio de maluco”, la Casa de Contratación le pagó una pequeña fortuna, 15.750 maravedíes, por el clavo que trajo a bordo. Eran hombres libres y embarcaron (más o menos) voluntariamente.

“Fueron 13 los indígenas que embarcan en La Victoria porque querían conocer al Emperador y estos reynos” (Herrera). Al menos tres de ellos sobrevivieron al viaje: Juan de Pegu, al que se le pagaron quince mil maravedíes, Francisco, que murió en Sevilla poco después (la Casa de Contratación costeó su entierro cristiano) y Manuel. Ante todo, fueron bien tratados y se les consideró miembros de pleno derecho en la flota.

Además de los moluqueños, constaban otros cinco hombres que se decía eran “moros tomados en un junco en buena guerra” pero murieron durante la dura travesía. De haber sobrevivido, hubieran cobrado su parte de beneficios como hombres libres, lo que les hubiera permitido una posición desahogada. Su parte se va a quedar en las arcas de la Casa de Contratación para los armadores. Se llamaban Tuan Ponçon, Tuan Bodiman, Peze Culao, Cape y Alí.

De todos los supervivientes, solo Elcano (capitán), Francisco Albo (el piloto), Hernando de Bustamante (el barbero) y Antonio Pigafetta (embarcado como sobresaliente, el cronista) pueden considerarse miembros importantes de la tripulación original de la armada. El resto era marinería rasa o sirvientes de oficiales y especialistas (muchos en la veintena o incluso más jóvenes). Cabe destacar el crisol de nacionalidades, aunque la mayoría eran españoles (cuatro vascos, tres andaluces, un cántabro y un extremeño) había portugueses, franceses, italianos, griegos, un alemán, un rumano… No hay que olvidar que todos estaban trabajando para la Corona de España.

Sus nombres deberían figurar entre los grandes exploradores de la Humanidad, pero la historia los arrinconó.


*Capítulo 62 del libro Un empresa redonda: El viaje de Magallanes y Elcano que cambió el mundo’ escrito por Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers.

Raquel Sánchez Armán y Jesús Ripoll, fundadores de la agencia de motivación y formación Helpers Speakers (apasionados de la historia, la navegación, el management y el desarrollo personal), reinterpretan la epopeya de la primera vuelta al mundo desde la perspectiva del management actual. En este libro podremos aprender de los aciertos —y de los errores— de aquellos hombres de hace 500 años, a través de la lección de liderazgo histórico que nos brindan. Embárcate junto a ellos en esta apasionante aventura.

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