25 de junio de 2025

La nueva batalla por el talento joven

En un contexto laboral cada vez más volátil, donde la rotación de talento joven es una constante, las empresas se ven obligadas a revisar y reinventar su propuesta de valor para empleados. Y ya no basta con ofrecer café gratis, fruta los jueves o futbolín en la sala común.

La generación Z, que irrumpe en el mercado con expectativas distintas y mayor peso emocional en sus decisiones laborales, está marcando el ritmo de un nuevo paradigma: la oficina como espacio también de bienestar personal, e incluso íntimo.

Un estudio de EduBirdie realizado a 2.000 jóvenes de esta generación arroja datos llamativos:

  • El 47 % afirma que el teletrabajo ha mejorado su vida sexual.
  • El 36 % considera que volver a la oficina perjudica esa esfera, principalmente por la pérdida de tiempo en desplazamientos.
  • El 14 % asegura que la ha empeorado, y un 37 % dice no haber notado cambios.
  • Al analizar el modelo híbrido, el 30–31 % destaca que los horarios rígidos afectan negativamente su vida íntima, mientras que un 29 % reconoce que estar en la oficina facilita relaciones interpersonales y de confianza.
  • Lo más disruptivo: el 38 % de la generación Z ha llegado a pedir espacios en la oficina para encuentros sexuales consentidos, dentro de entornos seguros, privados y normalizados.

Este tipo de expectativas, aunque puedan parecer extremas en una primera lectura, no son anecdóticas ni aisladas. La farmacéutica ZipHealth, en una encuesta referida por Reason Why, encontró conclusiones muy similares: una parte relevante del talento joven valora poder expresar su intimidad con naturalidad en el entorno profesional, siempre que se respeten límites claros, privacidad y seguridad.

¿Qué está pasando en realidad?

Estamos asistiendo a una transformación cultural profunda, donde los límites entre la vida personal y profesional son cada vez más difusos. Para la generación Z, la oficina ya no es solo un lugar para producir; también es —o debe ser— un entorno que respete su estilo de vida, su identidad y su bienestar integral.

En este contexto, algunas empresas pioneras empiezan a contemplar medidas impensables hace solo una década: zonas de autocuidado, salas de meditación o descanso emocional, y en algunos casos, conversaciones reales sobre la creación de espacios para la intimidad.

Pero este cambio cultural no puede avanzar sin una regulación adecuada. Porque donde entran en juego relaciones personales dentro del ámbito laboral, también entran los derechos fundamentales, los riesgos psicosociales, las obligaciones en materia de igualdad y no discriminación, y todo el ecosistema de compliance laboral.

¿Qué implicaciones jurídicas tiene esto?

Si estos espacios se consolidan como parte de las nuevas políticas de fidelización del talento, será imprescindible que las empresas los aborden con rigor normativo. No se trata de abrir la puerta a cualquier práctica informal, sino de crear marcos seguros, responsables y con garantías para todas las partes.

Las claves serían:

  • Política clara, escrita y comunicada. Es necesario establecer una política interna que detalle qué tipo de espacios se ofrecen, en qué condiciones, y con qué finalidad. No es lo mismo un área de descanso que una sala con posibilidad de uso íntimo: el uso ha de estar tipificado, controlado y consensuado.
  • Respeto a los derechos fundamentales. La empresa no puede permitir —ni fomentar— ningún uso que implique vulneración del derecho a la intimidad, al honor, a la igualdad, ni que propicie situaciones discriminatorias por razón de sexo, género, orientación sexual, etc.
  • Enlace con compliance y cultura organizativa. Si se avanza en esta línea, se debe integrar con las políticas de diversidad e inclusión, asegurando que cualquier medida de bienestar íntimo sea coherente con el resto de las normativas internas y con el plan de prevención de riesgos laborales.
  • Protocolos de consentimiento, límites y resolución de conflictos. Se necesitarán medidas para evitar que lo que pretende ser una política de bienestar se convierta en foco de conflicto, es decir, regular cómo se protege la privacidad, cómo se previene el acoso, cómo se gestiona una denuncia, quién supervisa el uso de estos espacios, etc.

¿Utopía, provocación o realidad emergente?

Probablemente un poco de todo. Pero lo que no podemos permitirnos es ignorar estas señales. Cuando un 38 % de una generación verbaliza abiertamente que desea espacios de intimidad en el entorno laboral, no estamos ante una moda, sino ante un cambio de fondo en la forma de entender el trabajo.

Las empresas que quieran seguir siendo magnéticas para el talento joven —y al mismo tiempo sostenibles desde el punto de vista legal y cultural— deberán empezar a contemplar estas cuestiones con seriedad, sin paternalismos y sin tabúes.

Y tal vez ahí resida la clave: entender que fidelizar al talento hoy no va solo de salario, sino de libertad, bienestar y confianza mutua.

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