24 de junio de 2025

¿De verdad tu cultura empresarial no soporta un pantalón corto?

¿Y si el pantalón corto fuese menos una falta de respeto y más una declaración climática?

Por alguna razón, en el mundo laboral seguimos aferrados a ciertos códigos de vestimenta que, con 40 grados a la sombra, rozan lo absurdo. Puedes entrar a la oficina con unas Crocs, un moño improvisado o una camiseta de tu grupo de punk favorito, pero prueba a ponerte un pantalón corto y prepárate para convertirte en el rebelde del equipo.

A nivel legal, no hay ninguna normativa que impida usar bermudas en el trabajo. Si el convenio o el reglamento interno no dice lo contrario, nadie puede sancionarte por dejar los tobillos al aire. Y, sin embargo, ahí sigue: el pantalón corto, ese símbolo veraniego de ocio y libertad, parece seguir vetado en muchos entornos profesionales. No por normas, sino por prejuicios.

Bermudas bajo sospecha

En una oficina de diseño gráfico en Madrid, nadie pestañea si alguien viene con una tote bag del MACBA o un conjunto digno de festival indie. Pero en otros sectores más tradicionales —pongamos una gestoría —, aparecer con las piernas al descubierto puede provocar una reunión informal de Recursos Humanos.

¿La razón? La eterna idea de que lo informal es igual a poco serio. Como si mostrar pantorrillas restara neuronas o profesionalidad.

Lo que sí se permite (y lo que no)

Lo curioso es que hay un doble rasero evidente. En cuanto suben las temperaturas, muchas mujeres cambian pantalones largos por vestidos o faldas sin que nadie lo cuestione. Pero si un hombre se presenta con un pantalón por encima de la rodilla, se activa el protocolo de «modo vacaciones».

El resultado: mientras unas se adaptan al calor sin mayor drama, otros sudan en silencio dentro de unos chinos imposibles. Y todo por no desafiar un código invisible que, siendo honestos, nadie sabe quién impuso.

¿Revolución textil o sentido común?

Al final, el pantalón corto en la oficina no va solo de estilo, sino de lógica térmica y, por qué no, de coherencia ecológica. En lugar de poner el aire acondicionado a 18º, ¿no sería más sensato permitir que la gente vista de forma más fresca y funcional?

No se trata de venir en bañador y chanclas (aunque eso daría para otro artículo), sino de abrir el abanico a opciones que respeten la dignidad del puesto… y del termómetro.

Una cuestión de cultura (corporativa)

Desde el punto de vista de los Recursos Humanos, el pantalón corto es casi una excusa perfecta para hablar de algo mucho más amplio: la flexibilidad, la confianza y la capacidad de adaptación dentro de la empresa.

Porque no se trata solo de ropa. Se trata de fomentar una cultura en la que las personas puedan centrarse en lo que realmente importa —su trabajo, su bienestar, sus resultados— sin perder energía en cumplir normas que ya no tienen sentido. Una cultura que valore la autenticidad y la responsabilidad individual, y que entienda que vestirse con lógica estacional también es una forma de cuidar a las personas.

Al fin y al cabo, crear entornos laborales más inclusivos, sostenibles y humanos pasa también por revisar estos pequeños (y grandes) símbolos del día a día. Y, si hace falta, empezar por dejar que las ideas frescas vengan con las piernas al aire.

Porque más allá de las normas visibles, lo que realmente define la cultura de una empresa son los pequeños gestos cotidianos: cómo se comunican los equipos, cómo se flexibilizan las normas cuando toca, cómo se prioriza el bienestar sin perder el foco en los objetivos. En Beetween, ayudamos a las organizaciones a repensar sus procesos de selección y cultura interna desde una perspectiva más humana, más digital… y más sostenible.

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