30 de mayo de 2025

¿Por qué procrastinamos? Neuromify revela que la respuesta está en la ansiedad (no en la pereza)

Procrastinar es una palabra que muchos utilizan con tono de culpa, casi como si fuera una confesión: “Soy un procrastinador”, “no sé por qué dejo todo para el último momento”, “tengo tiempo, pero no empiezo”. Se asocia con la desorganización, la falta de disciplina o incluso con la pereza. Sin embargo, los datos que analiza Neuromify en sus programas muestran que, lejos de un simple problema de voluntad, la procrastinación suele enraizarse en la ansiedad. Y entender esta conexión es clave para dejar de juzgarnos y empezar a intervenir con herramientas reales.

Lejos de ser una simple cuestión de hábitos o gestión del tiempo, la procrastinación suele estar profundamente vinculada a la ansiedad. Y entender esta conexión es clave para dejar de juzgarnos y empezar a intervenir con herramientas reales.

No es que no quieras. Es que algo dentro de ti se frena

A nivel superficial, procrastinar puede parecer una simple evasión: posponemos tareas que no nos apetecen. Pero si observamos con más atención, veremos que muchas veces esas tareas no son en especial complicadas ni especialmente desagradables. Y, sin embargo, las evitamos.

¿Por qué? Porque detrás de esa tarea hay algo que activa una incomodidad emocional: miedo al error, miedo a fallar, miedo al juicio, miedo a no estar a la altura. Procrastinar no es no querer hacer algo, es no querer enfrentarse a lo que sentimos cuando pensamos en hacerlo.

Así, la mente, en su intento de protegernos, busca alivio inmediato: lo posterga. Y en ese momento, al hacerlo, sentimos una pequeña descarga de placer o de calma. Nos convencemos de que “ahora no es el momento” y sentimos alivio por evitar el malestar… aunque sepamos que volverá con más fuerza.

El ciclo de la procrastinación ansiosa

Este patrón no es casual. Tiene forma y fondo. Suele repetirse así:

  1. Aparece la tarea → 2. Surge una emoción incómoda → 3. Evitamos la tarea → 4. Sentimos alivio temporal → 5. Aumenta la ansiedad y la culpa → 6. Se refuerza el patrón de evasión.

Con el tiempo, este ciclo puede convertirse en algo profundamente frustrante. La persona no entiende por qué actúa así. Se siente incapaz, poco fiable, decepcionada consigo misma. Pero en realidad, no hay incapacidad. Hay ansiedad. Y la ansiedad, cuando no se nombra, se disfraza de desorganización.

El perfeccionismo oculto y la autoexigencia

Un rasgo muy común entre quienes procrastinan de forma habitual es el perfeccionismo. Puede sonar contradictorio, pero muchas personas que postergan tareas no lo hacen por indiferencia, sino porque se exigen tanto que el simple hecho de empezar ya resulta abrumador.

Quieren hacerlo tan bien que cualquier paso inicial parece insuficiente. Quieren tenerlo todo claro antes de avanzar. Y como eso rara vez ocurre, paralizan. La mente empieza a generar pensamientos del tipo: “y si no me sale”, “y si hago el ridículo”, “mejor espero a estar más preparado”.

Así, el perfeccionismo, lejos de empujarnos hacia el logro, se convierte en una barrera que bloquea el movimiento.

El entorno laboral y la cultura del hacer

En contextos laborales, la procrastinación se penaliza con dureza. Se interpreta como falta de implicación, y raramente se contempla como lo que muchas veces es: un síntoma de saturación emocional.

La cultura del alto rendimiento, los plazos constantes y la presión por mantener siempre una imagen de eficacia perpetúan un entorno en el que la ansiedad florece en silencio. Y con ella, la procrastinación.

Algunas organizaciones ya están empezando a cambiar esta mirada. Programas como Neuromify ayudan a los empleados a identificar estos patrones no desde la productividad, sino desde el bienestar. A través de evaluaciones breves y ejercicios de regulación emocional, los usuarios pueden reconocer cuándo están postergando por ansiedad, y utilizar herramientas específicas para reconectar con la acción sin exigencia excesiva.

Más allá de la gestión del tiempo, se trata de gestionar la emoción que bloquea el inicio, y de construir un entorno donde las personas puedan avanzar sin miedo a fallar.

¿Qué se puede hacer?

Romper el ciclo de la procrastinación no pasa por motivarse más ni por regañarse. De hecho, cuanto más presión se aplica, más tiende el sistema a bloquearse. La clave está en el enfoque emocional.

El primer paso es identificar qué estoy sintiendo cuando me enfrento a esta tarea. ¿Es miedo?

¿Inseguridad? ¿Vergüenza anticipada? Nombrar la emoción reduce su poder. El segundo paso es acotar la tarea al mínimo viable. Si tengo que escribir un informe, quizás lo único que haga hoy sea abrir el documento y escribir una frase. O solo el título. Eso ya es avanzar.

La acción no debe venir desde la obligación, sino desde el movimiento amable. La mayoría de las veces, una pequeña acción rompe la inercia. Y con ella, la emoción pierde fuerza.

Técnicas como la respiración diafragmática, la autocompasión o incluso hablar en voz alta sobre lo que tememos pueden ser más útiles que cualquier método de productividad.

Reconciliarnos con nuestra forma de funcionar

La procrastinación no es un vicio. Es una forma que tiene nuestro sistema de gestionar algo que le resulta incómodo. Cuando dejamos de juzgarla y empezamos a entenderla, también empezamos a transformarla. No se trata de convertirnos en máquinas de hacer. Se trata de aprender a actuar desde un lugar más sereno, menos autoexigente, más conectado con nuestras emociones reales.

Porque detrás de cada tarea postergada no hay un fallo de carácter. Hay una emoción no escuchada. Y cuando la escuchamos, todo cambia.

NOTICIAS RELACIONADAS

DEJA UNA RESPUESTA

Los lectores opinan

¿Qué opinas de la reducción de la jornada laboral?

Ver los resultados

Cargando ... Cargando ...
Lo más leído

Regístrate en el boletín de RRHHDigital

* indicates required
Opciones de Suscripción
rrhhdigital