16 de mayo de 2025

No es pereza: Neuromify explica por qué la ansiedad también paraliza

8 de cada 10 hombres trabajadores sufre estrés, depresión o ansiedad

Cuando alguien no cumple con lo que se espera de él —un informe, una llamada, una entrega sencilla—, lo más habitual es asumir que le falta voluntad. Se le etiqueta como vago, desorganizado, pasota. Pero las métricas internas analizadas por Neuromify muestran que, detrás de muchos de esos retrasos, evasiones o “ya lo haré”, no hay desinterés ni apatía: hay ansiedad. Mucha. De la que bloquea, de la que consume por dentro.

Desde fuera, la ansiedad se ha asociado siempre con movimiento. Palpitaciones, respiración agitada, inquietud motora. Pero la ansiedad no siempre corre: a veces, la ansiedad congela.

Quienes la viven saben que no es cuestión de ganas. Es una lucha interna en la que cada tarea pendiente se convierte en una amenaza. Donde abrir un correo puede parecer tan abrumador como enfrentarse a una sala llena de desconocidos. Donde tomar una decisión, por mínima que sea, puede desencadenar una tormenta de dudas, anticipaciones catastróficas y culpa por no avanzar.

Ansiedad paralizante: cuando el sistema se bloquea

En términos neuropsicológicos, la ansiedad crónica activa mecanismos de supervivencia que, en lugar de impulsarnos a actuar, nos llevan a congelarnos. Es una respuesta evolutiva: cuando el cerebro percibe una amenaza que no sabe cómo manejar, opta por inmovilizarse como forma de protección.

Este tipo de parálisis no tiene nada que ver con la pereza. De hecho, la mayoría de las personas que lo experimentan se sienten profundamente frustradas por no poder avanzar. Se repiten frases como “no sé qué me pasa”, “no puedo con esto”, o “tengo tanto por hacer que no sé por dónde empezar, así que no empiezo”.

Y así se forma el ciclo: ansiedad → bloqueo → sensación de fracaso → más ansiedad.

El juicio externo (y el interno)

Una de las grandes trampas de este fenómeno es que desde fuera resulta difícil de entender. Se percibe como desidia, como falta de implicación o incluso como falta de respeto. Esto no hace más que aumentar el aislamiento de la persona que lo sufre, que empieza a esconder su malestar, a justificar con excusas, a evitar a quienes podrían ofrecer ayuda… por miedo a ser malinterpretada.

Internamente, ese juicio también existe. La persona se autocastiga por no avanzar. Se exige, se compara, se reprocha. La sensación de estar quedándose atrás en todo puede convertirse en una carga insoportable.

En este contexto, la ansiedad no es solo un síntoma: se vuelve una barrera, y una muy cruel, porque cuanto más intentamos forzar el movimiento, más se activa el miedo al error, a fallar, a decepcionar.

Lo que el entorno necesita saber

Decirle a alguien en este estado “organízate mejor” o “anímate, ponte las pilas” no solo es ineficaz, sino que puede ser profundamente dañino. No es que no quiera, es que no puede. O, mejor dicho, no puede aún.

Lo que sí funciona es ofrecer espacio para comprender qué está pasando. Preguntar sin juicio. Acompañar sin presionar. Validar lo que siente sin minimizarlo. A veces, un entorno que comprende puede ser el primer desbloqueo.

En contextos laborales, esto resulta clave. Muchas veces, estos bloqueos ocurren en silencio. El trabajador que no entrega a tiempo no lo hace por falta de profesionalidad, sino porque está atrapado en un sistema interno de alerta continua. En estos casos, contar con espacios de apoyo psicológico o programas de gestión emocional puede marcar una diferencia radical.

Algunas empresas están empezando a integrar soluciones preventivas basadas en evidencia científica para detectar y abordar estos bloqueos antes de que se cronifiquen. Neuromify, por ejemplo, ha desarrollado un sistema que ayuda a identificar patrones de ansiedad en fases tempranas, permitiendo una intervención personalizada antes de que la persona llegue al límite. Lejos de ser una herramienta correctiva, se plantea como un acompañamiento desde el bienestar, no desde el control.

Cómo empezar a salir del bloqueo

Recuperar el movimiento no implica grandes gestos ni transformaciones heroicas. A menudo, todo comienza con un paso diminuto. Algo tan simple como escribir una sola frase, respirar conscientemente durante un minuto, ordenar solo una parte de la tarea.

Romper el ciclo de la ansiedad requiere, sobre todo, compasión. La misma que tendríamos con un niño que tiene miedo, o con un amigo que está perdido. La exigencia solo refuerza la parálisis. El acompañamiento, en cambio, abre posibilidades.

También es fundamental revisar los pensamientos automáticos que acompañan este estado.

¿Qué me digo cuando me bloqueo? ¿Qué miedo hay detrás de no hacer esto? ¿Qué espero que pase si lo hago mal? Aprender a reconocer las distorsiones cognitivas y desafiarlas con herramientas concretas puede devolvernos el control que sentimos perdido.

No es debilidad, es ansiedad

Vivimos en una cultura que glorifica la productividad y desprecia la pausa. Pero las mentes humanas no funcionan como máquinas. Se saturan, se confunden, se agotan. Y necesitan cuidados diferentes a los que solemos ofrecerles.

La ansiedad que paraliza no es señal de debilidad, sino de un sistema que ha estado funcionando al límite durante demasiado tiempo. Reconocerlo, hablarlo y pedir ayuda no solo es legítimo: es necesario.

Porque no, no es pereza. Es ansiedad. Y merece ser tratada como tal.

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