Todo lo que Raymond y Corliss Holland quieren para Navidad es un trabajo. Cualquier trabajo vale. Sólo algo para que ellos y sus tres niños puedan salir de un refugio en Chicago a un hogar propio.
"No me importa si es en un McDonald’s", dijo Corliss, rodeada de sus niños, que juegan con juguetes donados en la mañana de Navidad. "Quiero un trabajo porque es lo que va a ayudarnos a salir de aquí y porque todo se arreglará entonces", prosigue.
Rebasados por el flujo de personas sin techo, los servicios sociales deben hacer frente además a una baja de las donaciones y de las reducciones previsibles en las sumas que reciben en ayuda estatal.
"Los centros de ayuda están siempre llenos. Rechazan gente", se lamenta Julia Dworkin, responsable de una asociación de ayuda a sin techo en Chicago (Illinois, norte).
"Vamos a pelear contra las reducciones (presupuestarias). Pero no sé a lo que vamos a llegar si hay un fuerte aumento de la demanda", explica.
Es difícil de conocer el número de sin techo en Estados Unidos, pero varios indicios dan la pauta de que la cifra aumenta en forma acelerada.
Las escuelas públicas de Chicago registraron un aumento de 45% en los alumnos registrados como "sin techo" en octubre pasado: 8.273 contra 5.697 un año antes. En noviembre, este número subió a 9.134.
La historia sobre cómo la familia Holland terminó en un salón tan lleno de gente que hay que pasar sobre otras personas para llegar al baño es tan simple como aterradora.
Un día de septiembre, Raymond, 53 años, estaba en el trabajo y los niños en la escuela cuando su mujer Corliss, 48 años, oyó que alguien llamaba a la puerta.
Antes de que pudiera llegar a abrirla, la misma fue derribada por policías que le gritaban que se pusiera sus zapatos y saliera con ellos.
Embargo inmobiliario. No del apartamento que alquilaban sino de todo el edificio, la expulsión fue sin aviso previo.
El dueño de la empresa de mudanza para la cual Raymond trabajaba desde hace 30 años les prestó un transporte y les dio un espacio en su depósito de muebles. Incluso les pagó el hotel durante una semana.
Pero el trabajo también sufrió en el sector mudanzas a medida que Estados Unidos se hundía en su peor crisis económica desde los años 1930, justamente iniciada en el sector de hipotecas a riesgo. Raymond se quedó sin trabajo.
Corliss relata que la primera semana en refugios fue muy dura, en particular cuando su esposo y sus hijos debieron dormir en los pasillos.
Las cosas mejoraron un poco ahora que se encuentran en un refugio transitorio gerenciado por Inner Voice, una asociación benéfica.
Inner Voice es religiosa y establece horarios y tareas que deben ser cumplidas. Pero eso poco importa a Corliss, maestra asistente sin trabajo desde hace un año, que disfruta estar rodeada de niños.
"No comemos siempre lo que queremos, pero tenemos una cama y alimentos", reconoce y agrega que otras personas se encuentran en una situación mucho peor.
Pero sus hijos, de 14, 15 y 17 años, se avergüenzan de su situación y la ocultan en la escuela.
El hijo mayor, Raymond Jr, no dice una palabra cuándo observa a sus progenitores contar su historia y mira hacia otro lado cuando las lágrimas invaden los ojos de su padre.
Raymond acababa de encontrar un empleo donde cobraba 8,25 dólares la hora y quedaba a dos horas en autobús y tren del refugio.
Pero el lunes pasado la planta despidió a todo su equipo. "No vuelva mañana", le dijeron secamente.
Todo lo que quiero, dice agobiado, "es poder mantener a mi familia".
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