El sonido de la lata al abrirse ya es, para muchos, el auténtico timbre que anuncia el inicio de la jornada. El despacho de este director parece más un altar a la cafeína con estantes repletos de latas plateadas, tan ordenadas que podrían figurar en el inventario oficial de la compañía.
En los pasillos bromean con que funciona “a golpe de alas”, y que si algún día se agotara el suministro de la bebida energética, la oficina se sumiría en un silencio sepulcral. De hecho, los nuevos empleados descubren pronto que la bienvenida no es con café de máquina, sino con un brindis que asegura que la energía, en su departamento, siempre viene doble: la de las personas… y la de las latas.