19 de abril de 2024
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El Directivo enamorado

El Directivo enamorado

Manuel era HR People de una multinacional americana con más de 2.000 empleados en España. Tenía 50 años cuando una Consultora llamada Laura que había fichado para su Departamento le hizo pensar, al cabo de varios meses, que existía posibilidad de tener una relación más allá de la profesional. Laura sonreía siempre a Manuel, y éste disfrutaba con su sola presencia. Casado y con hijos había recuperado una alegría olvidada. Soñaba con Laura, pensaba en ella constantemente y hacía todo lo posible por trabajar con ella. Se apuntó a un gimnasio, tiñó el pelo, cambió a una colonia más agradable y renovó su vestuario pareciendo más joven. Ella era una mujer de 30 años, atractiva, pelirroja y ojos color miel. Tenía tanta simpatía con la gente, y especialmente, con su jefe, que no faltaron quienes en la empresa les atribuían una relación amorosa mantenida en secreto.

Manuel se fijaba en cada detalle de ella, cada vestido, cada peinado. Olía su perfume antes de que apareciera y, a veces, hasta seguía el olor esperando encontrarla en alguna parte de la inmensa oficina en la que trabajaban. Había hecho de detective cerca de su domicilio incluso en fines de semana. Ella vivía con unas amigas y no tenía novio. Tal información le hizo albergar esperanzas de dar un cambio definitivo a su vida sentimental tras muchos años de matrimonio.

La invitaba a comer y preguntaba cuestiones personales para conocerla más. Había llegado incluso a tener celos de un Comercial llamado Carlos amigo de Laura. Manuel, con su mente de ingeniero, no tenía gran facilidad de palabra, pero ella se reía mucho con él y eso le llenaba de ilusión. Cuando se acostaba pensaba en ella mientras oía canciones románticas, con auriculares, para no molestar a su esposa que dormía ignorante a su lado. Tenía un deseo ardiente, la quería con todas sus fuerzas y la deseaba apasionadamente. Era un amor verdadero, obsesivo y sincero. Los días laborables se levantaba temprano con entusiasmo al saber que vería a su amada. Camino del trabajo en el coche ya no oía noticias, sino que escuchaba la música alegre recomendada por Laura, distinta a la que él solía escuchar, cantando feliz a pleno pulmón en la soledad del coche, indiferente a las miradas de otros conductores. Leía libros que también ella le había comentado para tener más temas de conversación, mientras su mujer consumía horas de televisión que él no soportaba. Se veía separándose de su mujer. Se veía contándoselo a sus hijos, a su madre y amigos recibiendo reproches, comprensión y finalmente aceptación. Sabía que era un deseo constante, duradero, que no era fruto del capricho, de meras apetencias pasajeras o de la excitación sexual.

Su amigo íntimo, otro ingeniero más reflexivo, le intentó quitar la idea del divorcio de la cabeza. Pero la determinación, e inquebrantable voluntad de Manuel era tan grande, la ilusión con la que hablaba de Laura era tan intensa, que terminó por entender a su amigo. 

Se había despistado un poco en su trabajo, se le veía más comprensivo con los Sindicatos con los que tenía que negociar y discutir constantes cuestiones laborales. Dio instrucciones al personal para que salieran a su hora del trabajo, ordenado una estricta desconexión digital, lo que era aplaudido por Laura, aunque no permitió el teletrabajo asegurándose así verla todos los días. Se había convertido incluso en un mejor Directivo para toda la empresa. Pero, había dos personas que no disfrutaban con el cambio de Manuel: el Director General, quien quería que siguiera haciendo su papel de “duro” en la empresa, y el Director Comercial, Joaquín, quien llevaba deseando desde hacía tiempo que aquél cayera en desgracia. 

Manuel, ante una nueva baja médica de Carlos ordenó a unos detectives que siguieran a Carlos. Cuando recibió el informe se veía a Carlos trabajando en otra empresa en su período de incapacidad temporal, lo que demostraba de sobra su capacidad de trabajar. Con dicho informe decidió el despido disciplinario de Carlos.

El despido era justo y merecido. Pero Laura se enojó tras su despido y fue a hablar con Manuel para que le pagaran la indemnización legal. Manuel que había hecho caso a muchos comentarios y peticiones de Laura, no se dejó convencer

esta vez y le dijo que no podía pagar la indemnización a un trabajador que había incumplido sus obligaciones. Siguieron hablando y ella se mostró muy solícita e insistente apoyando a Carlos. Esto confundió a Manuel.

Aunque no lo había pensado previamente, a pesar de que como buen ingeniero reflexionaba siempre cada decisión antes de tomarla, y avivado por la insistencia y el ruego que sobre Carlos hacía Laura, nublado por la pasión tan sólo al estar cerca de ella, sin tocarla, y aprovechando que estaba a solas con ella, cerró la puerta de su despacho y se acercó. Él intuía que Laura le quería secretamente y que ese reciproco amor ya no podía ser disimulado ni retrasado más. Por eso, armado de valor, aunque no estuviera totalmente seguro de su éxito, recordando que había que superar los miedos y perseguir lo que uno deseaba, le dijo:

—Laura…., yo siento lo mismo que tú por mí. Él se acercó a abrazarla despacio mirándola ardientemente a los ojos. Y ella se zafó molesta de él y le espetó.

—Pero, ¿qué haces?

—Pues, que siento lo mismo por ti. Estoy …estoy enamorado de ti, y lo sabes.

—Pero, por favor, ¿qué estás diciendo?

—Pues que llevo enamorado de ti desde que entraste en el departamento hace más de un año….

—Quita.., pero ¿qué dices?— gritó Laura poniendo cara de sorpresa y de disgusto, apartándose de él.

Laura abrió la puerta y salió corriendo, asustada, sin saber qué hacer, ni con quién hablar. Manuel se quedó absolutamente desconcertado. Llamó a Laura para disculparse y ella no le cogíó el teléfono y le esquivó, hasta que unos días más tarde recibió su baja médica.

Laura contó el incidente que había tenido a Carlos y éste se lo contó a Joaquín quien envió un email a través del canal de whistleblowing de la multinacional denunciando el presunto acoso. Los americanos, a pesar de tener un informe jurídico señalando que no había habido acoso sexual, sino que sólo había habido una actuación inapropiada, pero no tocamientos indeseados ni amenaza de mal posterior, decidieron el despido inmediato de Manuel alegando que había valores que preservar. 

Se entregó a Manuel la carta de despido imputándole acoso sexual y se le ordenó que abandonara la empresa, entregara el teléfono y dejara el coche de empresa. 

Manuel no se lo esperaba. Aturdido, callado, no daba crédito a lo que estaba viviendo. Recordaba con tristeza la cantidad de horas que había dedicado a su trabajo. Tras veinte años de servicios era despedido por hechos que no eran constitutivos de acoso sexual sino de un enamoramiento ingenuo y frustrado. Ni siquiera sabía que había sido Carlos el inicial delator, y que su venganza tras su despido se había concluido con éxito por la actuación decisiva y maliciosa de Joaquín.

Durante horas estuvo dando vueltas por calles de Madrid que estaban llenas como si nadie trabajara, como un boxeador al que acaban de dejar malherido, pensando en su incierto futuro. Se había quedado sin nómina, sin móvil y sin coche. Y lo peor de todo, sin Laura. De repente, pensó que eso podía no ser lo peor. ¿Qué le diría a su mujer cuando ésta le preguntara? ¿Debía ocultar el motivo? ¿Debía levantarse cada mañana como si tuviera que ir a trabajar? Pensó en sus vecinos, en lo que pensarían al verle sin traje por las mañanas. Pensaba en sus hijos, en lo que pensarían sus amigos, y sus compañeros de trabajo si se enteraban de lo que había ocurrido. 

Por la tarde, sin haber siquiera comido de tan abatido como estaba, decidió volver a casa y decirle a su mujer que había sido despedido por una reestructuración de plantilla.

Se inició una negociación entre el abogado de Manuel y el de la empresa. El Director General quería ahorrar costes, pensando en su bonus, y ordenó ofrecer sólo una pequeña indemnización. Si Manuel pedía más dinero amenazaría con una investigación dirigida por Compliance. Contaba con que Manuel no querría llegar a juicio imaginando que no habría contado nada a su mujer. Finalmente, se firmó un acuerdo muy beneficioso para la empresa y Manuel exigió que se cambiara la carta de despido por otra alegando reestructuración rompiendo la que describía el presunto acoso. 

Manuel evitó el divorcio, la pérdida de los hijos, el disgusto a su anciana madre, el pago de una pensión, la necesidad de alquilar una casa, y el pago de una parte de su indemnización proporcional al tiempo de existencia del matrimonio.

La esposa sospechó algo, pero prefirió no indagar. Él encontró un peor empleo, volvió a su música y a los libros que le gustaban, aunque en la soledad de su habitación, a veces, sigue soñando despierto con Laura.

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