La situación global actual ha producido un aumento de la incertidumbre, la ansiedad y el miedo y todo esto nos hace más proclives a poder desarrollar verdaderos síndromes o trastornos, desde hipocondría a fobias, obsesiones, o bien también, por qué no, el miedo a la vuelta al trabajo
Con el fin de agosto llega, no oficialmente pero sí emocionalmente, el fin del verano. Todavía quedan días de sol, de mucho calor y de noches largas. Pero siendo realistas, ¿a quién no se le cambia el chip en septiembre? Si ya has vuelto de vacaciones y tienes una importante sensación de fatiga o hastío, falta de motivación, nerviosismo, irritabilidad, percepción de incapacidad para adaptarte al puesto de trabajo, y alteraciones del apetito o del sueño, puede que te esté pasando. El síndrome de depresión post-vacacional comienza a acechar.
Pero calma, este síndrome puede durar desde unos pocos días a semanas hasta que la persona finalmente se adapta a su vuelta a la rutina y a sus responsabilidades laborales. Aída Rubio, Coordinadora del equipo de psicólogos de TherapyChat, plataforma líder en psicología online, apunta que, “si esta adaptación no se produce de manera natural, sería importante abordarla con un profesional ya que seguramente se deba a una falta de habilidades de manejo emocional”.
Sin embargo, hay personas que pueden sufrir de una forma más acusada esta vuelta a la oficina, y es ahí donde debemos de poner atención para diferenciar síndromes y tratar cada uno de ellos de la forma correcta y adecuada.
Para aquellas personas que tiendan a no creer en sus propias capacidades, que asumen los logros como mero fruto de la suerte y temen constantemente al fracaso, muy probablemente la vuelta al trabajo tras las vacaciones pueda mostrarse como un hito mucho más complicado que para aquellos que no experimentan esta profunda falta de confianza en sí mismos. La gran diferencia es que en estos casos no hablamos de síndrome de depresión post-vacacional, sino de síndrome del impostor.
Aída explica que este síndrome normalmente va acompañado de sentimientos de culpa, ansiedad, necesidad de perfeccionismo e insatisfacción constante al no poder alcanzar tan altas expectativas autoimpuestas. Se trataría de una visión distorsionada de uno mismo que nace de un autoconcepto muy dañado, debido por ejemplo a malas experiencias o a un historial de críticas en la infancia o en trabajos previos:
“El síndrome del impostor no nace de la noche a la mañana. Se trata de una profunda afectación del autoconcepto y por tanto de la autoestima. Se ancla en creencias muy fuertes acerca de cómo debe ser uno, de cuán responsable o perfecto debe ser, o bien en experiencias que han devaluado a esa persona hasta el punto de creer que no vale”, apunta Aída Rubio.
Porque es de vital importancia identificar y tratar los posibles síndromes, el equipo de psicólogos expertos de TherapyChat reúne una serie de pautas para conocerlos mejor, y hacer que la vuelta al trabajo sea más llevadera:
En ambos casos observamos una serie de síntomas compatibles con la ansiedad: preocupación, nerviosismo, pensamientos negativos como la magnificación de las circunstancias, alteraciones del sueño y del apetito o cansancio cuando esta situación se prolonga; y con un estado de ánimo alterado: tristeza, apatía, desmotivación, irritabilidad.
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