18 de mayo de 2024
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Para los fanáticos, el fin justifica cualquier medio

Para los fanáticos, el fin justifica cualquier medio

Las ideologías cuajadas en estructuras sectarias acaban colectivamente convencidas de su superioridad; en consecuencia, sus fines pronto justifican cualquier medio por espurio que pueda parecer a un observador imparcial. En el caso del comunismo, el nazismo o el nacionalismo (que parten de razonamientos extremistas paralelos) la supuesta meta sublime es, además, palanca suficiente para eliminar cualquier concepto objetivo de verdad. Su avieso modo de inferir provoca necesariamente eunucos intelectuales. 

Según detallo en obras como El management del III Reich o ¡Camaradas! De Lenin a hoy, en los partidos comunista y nacional-socialista cualquier instrumento es útil para hurtar. Por ejemplo, casar a comunistas jóvenes con viudas ricas, fabricar dinero falso, sencillamente quitar lo suyo a otros… En el conocido asalto al furgón de Tiflis murieron más de cincuenta personas. El fruto de aquel delito fueron 341.000 rublos, buena parte de los cuales llegaron a la caja fuerte gestionada por Lenin, que no hizo ascos a aquello caudales tintados con tanta sangre inocente. 

De igual forma se comportaron los gerifaltes del nacional -socialismo y hoy lo hacen – en distantes enclaves del planeta- quienes han seleccionado el escudo del populismo y/o del nacionalismo para encubrir sus tropelías. 

De dónde llegaran los medios económicos nunca importó ni a Hitler ni a Lenin. Los bolcheviques percibieron importantes fondos de los germanos, al menos desde marzo de 1917 hasta la segunda revolución en noviembre de ese mismo año. También los secuaces del Kaiser financiaron la ampliación de Pravda, el principal órgano de expresión bolchevique. 

El supuesto respeto a la opinión de cada uno nunca se aplica ni por parte de los comunistas ni de los nacional-socialistas. Lenin y sus sucesores establecieron que en las dictámenes debería haber unanimidad. Cuando uno de los miembros del Sóviet presidido por Kámenev votó en contra, la violencia de las protestas hizo rectificar con prontitud al incauto inficionado de espíritu democrático. La proclamada autonomía de pensamiento era una patraña. Los congresos a la búlgara fueron una norma en todo el bloque del Este, como lo fueron en la Alemania nazi o lo son en regiones en las que un grupúsculo consigue envilecer a una masa crítica con el odio a lo diferente, promoviendo el retorno a la tribu. 

Así describe Churchill lo que los aliados pensaban de sus enemigos: “A mediados de abril de 1917, los alemanes tomaron una tétrica decisión. Lo cuenta Ludendorff. Hay que comprender la desesperada situación en que se encontraban los dirigente alemanes. Habían desencadenado una guerra submarina total con la certidumbre de provocar la entrada de los Estados Unidos en la conflagración contra ellos. En el frente occidental habían empleado desde el principio las más temibles armas de las que disponían. Manejaban los gases venenosos en gran escala e inventaron el Flammenwerfer. Sin embargo, les quedaba todavía la más mortífera de las armas, que iban a lanzar contra Rusia. Transportaron a Lenin en un vagón precintado, como si se tratara de un bacilo de la peste, desde Suiza hasta Rusia”. 

La violencia es metódicamente justificada en la estructura conceptual del marxismo y del nacional-socialismo. En El Manifiesto Comunista, por ejemplo, se explicita: “Los comunistas no tiene por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Declaran abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella, más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar”. 

Todos eran elementos para un fin supuestamente superior, que en realidad era el dominio caprichoso y omnicomprensivo de los recién encumbrados. Lenin escribió a Stalin: “Amenaza con fusilar al idiota que se ocupa de las telecomunicaciones y que no sabe poner a vuestra disposición un amplificador de calidad ni tiene idea de cómo funciona una línea telefónica”. Stalin fue más allá: fusiló al ingeniero Alexéiev, que había luchado como voluntario en el frente, y también a sus dos hijos. Les acusó de ser agentes al servicio de los blancos… Nada diferente de lo que tantas veces realizó Hitler o cualquier otro fanático a quienes la gente no importa. 

“Los norcoreanos no han perdido nada, excepto por las bajas”, resumía con insensible contumelia Mao al referirse a la guerra por él provocada en aquel país. Y explicitaba que “no tenemos conciencia. El marxismo es así de brutal”. Recriminaba a quienes manifestaban humanidad: “Debería tener menos conciencia. Algunos de nuestros camaradas son demasiado compasivos, no son lo suficientemente brutales, lo que significa que no son tan marxistas”. 

Indalecio Prieto, en febrero de 1934, afirmaba en un mitin en el cine Pardiñas de Madrid: “Hágase cargo el proletariado del poder y haga de España lo que España merece. No debe titubear, y si es preciso verter sangre, debe verterla”. Y Largo Caballero, el 2 de febrero de 1936, en Valencia: “La clase trabajadora tiene que hacer la revolución (…). Si no nos dejan, iremos a la guerra civil. Cuando nos lancemos por segunda vez a la calle, que no nos hablen de generosidad y que no nos culpen si los excesos de la revolución se extreman hasta el punto de no respetar cosas ni personas”. 

Cuando Santiago Casares Quiroga se negó a armar al pueblo, Santiago Carrillo le lanzó una amenaza nada velada: 

– Ya lo lamentará cuando comience la corrida.

La metodología del comunismo y del nacional-socialismo –repito- es siempre es la misma. 

Todas las franquicias del marxismo y del nacional–socialismo reaccionan igual. Pablo Iglesias, uno de los adalides del socialismo marxista en España, proclamaba el 7 de julio de 1910: “El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales (…). Esta aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la iglesia, la supresión del ejército (…). Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad, cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones”. 

Crear un mundo más humano reclama poner a la persona en el centro. Las organizaciones son para las personas, no las personas para las organizaciones. Ninguno de los tres fanatismos aquí someramente reseñados lo han vivido nunca así.

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