Vivimos rodeados de información: titulares, vídeos virales, alertas, publicaciones extensas y contenidos que se hacen virales en redes, pero también de bulos, rumores y mensajes manipulados. Esta desinformación no solo crea confusión social, sino que también puede afectar a la reputación de las empresas. Puede generar desconfianza entre profesionales, provocar malentendidos en torno a decisiones estratégicas, alimentar rumores sobre despidos o políticas internas, etc.
Por eso, entender quiénes son más vulnerables a la manipulación informativa no es solo una cuestión de salud democrática, sino también de salud y cultura organizacional. Y en este contexto, los responsables de Recursos Humanos adoptan un papel importante a la hora de conocer mejor el perfil individual de los profesionales más expuestos a la desinformación para identificar, prevenir y contener sus posibles efectos en la organización.
¿Qué es realmente la desinformación?
Más allá de los conocidos ‘bulos’ o fake news, la desinformación implica una intención deliberada de engañar o manipular. A diferencia de la información errónea (misinformation), aquí el objetivo es influir negativamente en la opinión de las personas con algún fin concreto. Este fenómeno ha explosionado en la era digital principalmente por el fenómeno de las redes sociales, afectando a ámbitos como la política, la ciencia y la sociedad en general.
Algunas formas más sutiles de desinformación provienen de:
- Saturación informativa, que favorece la desinformación, abrumando al individuo y reduciendo su capacidad crítica.
- Mala información o información malintencionada. Se trata de información veraz pero sacada de contexto o manipulada para generar confusión. Por ejemplo, mostrar cifras sin un contexto explicativo.
- Otras formas son difundir vídeos o contenidos virales emocionalmente impactantes y manipuladores, no contrastados, o generados mediante herramientas de IA.
¿Cuáles son los mayores peligros de la desinformación?
La desinformación, en la actualidad, constituye una de las mayores preocupaciones de los países democráticos. Como se apuntaba anteriormente, pueden tener impacto en los pilares básicos de la convivencia social, por ejemplo:
- Sociales. Polarización de sectores sociales, desconfianza en las instituciones o miedo colectivo (ej. crisis del COVID-19).
- Políticos. Manipulación electoral, descrédito institucional, etc.
- Económicos. Estafas digitales, rechazo a avances científicos, pérdida de competitividad producida por la pérdida de confianza.
- Seguridad Nacional. En forma de ciberataques, fomento del extremismo, ataques a infraestructuras críticas de seguridad, eléctricas, etc.
- Laborales. Rumores internos, desinformación sobre decisiones estratégicas, etc.
¿Qué se está haciendo a nivel global y nacional?
La preocupación a nivel global por la desinformación ha llevado a muchos países a implementar estrategias y mecanismos para luchar de manera proactiva contra este fenómeno y poder contrarrestar la vulnerabilidad de personas, colectivos o países.
Ejemplo de ello, en España y otros países de la UE se han activado mecanismos para combatir la desinformación. Uno de los más destacados es el Sistema de Alerta Rápida (RAS), que permite compartir información en tiempo real sobre campañas de desinformación.
Sin embargo, estos mecanismos globales necesitan complementarse con una comprensión más precisa del factor humano que nos permita identificar que variables conforman el perfil individual más vulnerable a la desinformación. El objetivo es, en definitiva, fortalecer al individuo con herramientas para hacer frente a la desinformación, además de poder diseñar acciones formativas o de sensibilización más efectivas.
Pero ¿qué factores nos hacen más vulnerables?
No todas las personas reaccionamos igual ante una noticia falsa tal como demuestran diferentes estudios generados, en gran parte, a raíz del COVID-19. Existen factores individuales que aumentan la probabilidad de caer en la trampa de la desinformación. Repasamos a continuación los más relevantes:
- Factores sociodemográficos:
- Edad: las personas más jóvenes tienden a confiar más en contenidos digitales sin verificar.
- Nivel educativo: a mayor formación, mayor capacidad crítica con la información.
- Nivel económico: los ciudadanos con menos recursos tienden a tener menos habilidades digitales, lo que les hace más vulnerables.
Como dato curioso, los estudios identifican a YouTube como la plataforma más asociada a la exposición a bulos, mientras que los medios tradicionales actúan como barrera protectora.
- Perfil de Personalidad (Modelo Big five).
Según el consolidado modelo de los cinco grandes rasgos de personalidad de Costa y McCrae (1985):
- Más vulnerables: personas con alta afabilidad y alto neuroticismo, y baja apertura a la experiencia.
- Más resistentes: un alto nivel de responsabilidad actúa como factor protector frente a la aceptación de noticias falsas.
- Influencia social (Modelo de persuasión de Cialdini)
De los seis principios de persuasión postulados por el psicólogo Robert Cialdini (1984), dos de ellos resultan especialmente potentes para provocar creencias falsas en la audiencia, actuando como factores de riesgo ante la desinformación. En concreto, los principios de autoridad y coherencia son especialmente eficaces para inducir creencias incluso falsas, apelando a figuras influyentes (autoridad) o a la presión de actuar conforme a decisiones previas (coherencia).
- La Triada Oscura de la Personalidad
Propuesta por Paulhus y Williams (2002), identifica tres rasgos de riesgo que hacen que las personas no solo sean más vulnerables a la aceptabilidad de noticias falsas, sino también que es más probable que las difundan.
En concreto, las personas que tienen una tríada oscura alta, es decir, personas más manipuladoras y frías (mayor maquiavelismo), más egoístas y con necesidad de aprobación de los demás (mayor narcisismo) y más impulsivos e insensibles (mayor psicopatía), son más propensas a creer y difundir noticias falsas.
- Pensamiento crítico y humildad intelectual.
Obviamente, el pensamiento crítico muestra una fuerte relación con la protección o la vulnerabilidad a aceptar informaciones falsas. En ese sentido, son especialmente críticas la capacidad de análisis y evaluación de la información para detectar inconsistencias y cuestionar fuentes. También un escepticismo constructivo, que lleva a la persona a dudar antes de compartir un contenido. Y, finalmente, la humildad intelectual o disposición de la persona a rectificar creencias, que incentiva a la persona a corregir sus errores o a modificar sus creencias basándose en nuevas evidencias.
- Alfabetización digital limitada.
De entre las cinco grandes áreas clave de la competencia digital en el marco DigComp de la Unión Europea, dos de ellas parecen actuar como factores de protección frente a la desinformación. Estas son:
- Búsqueda y evaluación de información. Es el principal factor de protección para discernir qué es verdad y qué no.
- Comunicación segura y ética en entornos digitales, que resulta clave para saber interactuar y colaborar de forma segura en entornos digitales.
Conclusiones
Combatir la desinformación es aún una tarea pendiente que ha de abordarse a nivel, no solo colectivo, sino también desde el conocimiento del perfil individual de los consumidores de información.
Las estrategias y mecanismos de defensa globales son imprescindibles, pero su impacto quizás sería mucho mayor si se diseñan partiendo del perfil de las personas más vulnerables. Entender sus características, rasgos, competencias y hábitos de consumo permitiría luchar contra esta amenaza de forma más precisa y eficiente.
En ese sentido las organizaciones podrían emprender sencillas acciones personalizadas para proteger a sus equipos con formación en pensamiento crítico y en tecnologías digitales o el fomento de una cultura basada en el escepticismo crítico y contraste de la información. Para ello, es de gran utilidad disponer de herramientas fiables de evaluación de competencias transversales, como eValue, una biblioteca de ejercicios interactivos online para la evaluación de competencias y habilidades desarrollada por el Instituto de Ingeniería del Conocimiento. Esta herramienta que permitan identificar de forma precisa características de personalidad, pensamiento crítico o competencias digitales, y poder poner el foco en aquellas áreas de mejora más interesantes de cara a reducir la vulnerabilidad.