Vivimos en una época donde las empresas buscan ser innovadoras, resilientes, humanas y sostenibles. Pero hay un obstáculo silencioso que sigue limitando su evolución: el miedo al error. Aunque la innovación se ha convertido en mantra, todavía nos cuesta aceptar que para crear algo nuevo, hay que atreverse a fallar.
Mucho se habla de transformación cultural, agilidad y liderazgo valiente. Sin embargo, pocas organizaciones se atreven a cuestionar lo que verdaderamente detiene el avance: una cultura que penaliza el fallo. Y es ahí donde empieza el verdadero cambio.
El miedo al error: una herencia que arrastramos
Desde muy pequeños se nos enseña que equivocarse es algo que debe evitarse. En el aula, en casa y más tarde en la empresa, el error se castiga o se convierte en motivo de vergüenza. Así, interiorizamos que fallar es sinónimo de no valer, de no estar a la altura. Esa creencia, aparentemente inocente, se convierte en un freno poderoso.
En el entorno laboral, este miedo adopta formas muy concretas:
- Se prefiere el conformismo a la disrupción.
- Se limita la colaboración por miedo al juicio del otro.
- Se retiene información o se evita la crítica constructiva.
- Se prioriza el resultado inmediato sobre el proceso de aprendizaje.
Y todo esto tiene consecuencias: talento desmotivado, innovación estancada y un clima de inseguridad que mina la confianza y la creatividad.
¿Qué pierde una empresa que penaliza el error?
Cuando se cultiva una cultura donde fallar está mal visto, la organización paga un alto precio. Lo que se pierde no es solo una oportunidad puntual, sino la posibilidad de evolucionar como colectivo. Algunos de los impactos más frecuentes:
- Menos innovación: Las ideas disruptivas nacen del atrevimiento. Si nadie se arriesga, todo se queda igual.
- Repetición de errores: Lo que se oculta no se corrige. Y lo que no se comparte, no se mejora.
- Fuga de talento: Las personas más creativas, inquietas y valiosas no se quedan donde no pueden experimentar.
- Pensamiento homogéneo: Sin apertura al error, tampoco hay apertura a la diversidad de pensamiento.
- Estancamiento cultural: Una cultura que no aprende de sus fallos es una cultura que se repite.
El error como catalizador del aprendizaje
Replantear el error como una herramienta de aprendizaje y no como una amenaza exige una transformación cultural profunda. Las organizaciones que han logrado avanzar en este sentido tienen algo en común: no temen a los fallos, los gestionan de forma constructiva.
Estos son algunos principios que definen una cultura innovadora y tolerante al error:
- Mentalidad de crecimiento: Se valora el desarrollo personal y colectivo. El error es parte del camino, no una desviación.
- Cultura de la experimentación: Probar, fallar, ajustar, volver a intentar. El ciclo del aprendizaje continuo se convierte en norma.
- Seguridad psicológica: Las personas se sienten libres para opinar, proponer, equivocarse y aprender sin temor a ser juzgadas.
- Liderazgo empático: Los líderes actúan con transparencia, reconocen sus propios errores y dan permiso para aprender.
- Reconocimiento del intento: Se premia la iniciativa y la curiosidad, no solo los resultados finales.
Claves para gestionar el error en la práctica
Pasar de la teoría a la acción es donde se pone a prueba la madurez de una organización. Estas prácticas pueden marcar una diferencia real en el día a día:
- Normalizar las preguntas “incómodas”: Una cultura de innovación no solo se mide por las ideas, sino por las preguntas que nos atrevemos a hacer. Fomentar entornos donde cuestionar no sea percibido como una amenaza, sino como una muestra de interés, abre caminos insospechados.
- “Equivócate rápido, corrige más rápido”: El principio del fail fast, learn faster es aplicable en cualquier entorno que valore la agilidad. Cuanto antes identifiquemos un error, antes podremos ajustarlo. Eso requiere valentía, pero también humildad.
- Desvincular el error de la identidad: Uno de los mayores retos es ayudar a las personas a entender que cometer errores no dice nada negativo sobre su valor como profesionales. No somos nuestros errores. Somos lo que hacemos con ellos.
- Convertir el cambio en narrativa compartida: El miedo al error está profundamente ligado al miedo al cambio. Por eso es tan importante acompañar los procesos de transformación con comunicación clara, escucha activa y participación real. Cambiar es parte del juego. Resistirse, también.
- Reformular el lenguaje corporativo: El modo en que hablamos de los errores revela mucho de nuestra cultura. No se trata de edulcorarlos, sino de incorporar expresiones que inviten a la reflexión: “¿Qué aprendimos?”, “¿Qué haríamos diferente?”, “¿Qué no repetiríamos?”.
La lección de los Arrugats
Un ejemplo inspirador de cómo la imperfección puede transformarse en éxito lo encuentro en mis galletas preferidas —y también de mi familia—: los Arrugats de El Rosal.
En el obrador social de El Rosal, un proyecto de economía social que da empleo a personas con diversidad funcional y en riesgo de exclusión, Lluís, uno de sus trabajadores, intentaba elaborar barquillos perfectos. Sin embargo, por más que lo intentaba, siempre le salían arrugados. Al final del día, tenía montañas de esos “errores de producción”. Lejos de desecharlos, la gente del obrador empezó a probarlos y descubrió que estaban deliciosos.
Un día, la responsable decidió ponerlos a la venta bajo un nombre que celebraba su singularidad: “Arrugats”. El mercado respondió con entusiasmo y hoy representan el 70% de la producción. Lo que nació como un fallo técnico se convirtió en un producto estrella, símbolo de autenticidad, diversidad e inclusión.
La enseñanza para quienes trabajamos en recursos humanos es clara: la imperfección puede ser una ventaja competitiva. Cuando damos espacio al error, abrimos la puerta a la innovación, a la diversidad de miradas y a nuevas formas de éxito.
Conclusión: fallar no es perder, es evolucionar
La innovación no ocurre en laboratorios aislados ni en entornos perfectos. Nace del ensayo, del error, de la osadía de intentar. Pero eso solo es posible en culturas donde el fallo no se castiga, sino que se convierte en motor de evolución.
Romper con el tabú del error no es un acto puntual. Es una declaración de principios. Una forma de decir: aquí no solo queremos resultados, también queremos aprender, arriesgar y crecer.
La historia de los Arrugats nos recuerda que a veces los errores esconden tesoros insospechados. Que la diversidad, la perseverancia y la confianza en lo diferente pueden transformar lo “imperfecto” en un éxito colectivo.
Porque sin error, no hay aprendizaje.
Y sin aprendizaje, no hay futuro.
Porque unas veces se gana…
Y otras, se aprende.