La salud mental se ha convertido en un eje prioritario en el debate sobre bienestar laboral. Los datos que llegan desde España y otros países subrayan la urgencia de actuar. En nuestro país, los trastornos mentales ya representan el 50% de las bajas laborales, según la Asociación Española de Directores de Recursos Humanos (AEDRH). No se trata solo de una estadística llamativa, es una señal de alarma para las empresas.
Si comparamos esta realidad con el panorama global, observamos una tendencia similar. La Organización Mundial de la Salud nos recuerda que cada año se pierden 12.000 millones de días de trabajo en todo el mundo por depresión y ansiedad, que generan una pérdida de un billón de euros para la economía mundial. En Reino Unido, que cuenta con mayor trayectoria en la visibilización de esta realidad, casi el 10% de los adultos se ausentaron del trabajo por problemas de salud mental en 2024, según el centro MHFA (Mental Health First Aid centre).
Ante este escenario debemos preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo mal? O, mejor dicho, ¿qué podríamos estar haciendo mejor? La respuesta, a mi juicio, reside en el corazón de nuestras organizaciones: su cultura.
Una cultura tóxica -basada en la presión constante, la falta de reconocimiento, la comunicación deficiente y liderazgos autoritarios- puede contribuir directamente al deterioro de la salud mental de las personas. Al contrario, una cultura basada en la seguridad psicológica, el reconocimiento, la empatía y la escucha activa actúa como un escudo protector.
El impacto de este tipo de culturas va mucho más allá del bienestar individual: también tiene implicaciones económicas significativas. Un informe de la patronal de las mutuas AMAT señala que en la última década (2015-2024) el número de bajas médicas aumentó un 121,55% en España, con un gran crecimiento de las bajas relacionadas con la salud mental, el estrés o la ansiedad, lo que ha supuesto una carga económica para el sistema público y el sector empresarial de 28.987 millones de euros, y un aumento del 185,69% en los últimos diez años.
A estos costes directos se suman los indirectos, relacionados con la pérdida de productividad. Un estudio de la Fundación BBVA ya cifraba en 3.000 millones de euros el impacto de estos trastornos en 2002. Años más tarde, un análisis de la OCDE y la UE estimó que los costes indirectos superaban los 21.000 millones de euros en España, representando casi la mitad del coste total asociado a los trastornos mentales.
La evidencia apunta en una dirección clara: las organizaciones con culturas saludables reducen el absentismo y ganan en compromiso, productividad y retención del talento. Una cultura que prioriza la seguridad psicológica, fomenta la comunicación abierta, celebra los logros y promueve un liderazgo empático, actúa como un escudo protector frente al malestar emocional. Cuando los empleados se sienten valorados, escuchados y apoyados son más resilientes y menos propensos a sucumbir a los trastornos mentales que hoy en día encabezan las causas de absentismo. Apostar por este tipo de cultura no solo mejora el entorno laboral y el bienestar de los equipos, sino que también contribuye a reducir significativamente los costes asociados a estas bajas.
Liderazgo consciente e impacto
El papel del liderazgo es determinante en este proceso. Un liderazgo consciente, que normaliza la conversación sobre salud mental, pone en marcha políticas reales de bienestar y muestra cercanía, contribuye a transformar la cultura desde dentro.
Invertir en la salud mental no es un gasto, sino una apuesta estratégica con retorno económico. Reducir el absentismo es solo la punta del iceberg. Una cultura sólida, que prioriza el bienestar emocional, no solo mejora los resultados empresariales, sino que también tiene un impacto positivo en la economía en su conjunto.
Aunque es difícil estimar con exactitud el impacto futuro en España, todo apunta a una necesidad creciente de actuar. Ignorar esta realidad conlleva riesgos claros: desde el aumento de los costes directos -como refleja el crecimiento de las bajas por salud mental del 118% entre 2016 y 2023, según el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones- hasta una pérdida sostenida de productividad que muchas veces pasa desapercibida, pero tiene un efecto real en la salud de las organizaciones.
Es hora de pasar de las palabras a la acción. Evaluar la cultura organizativa, poner en marcha programas de bienestar con impacto real, formar a los líderes en habilidades emocionales y abrir espacios seguros para hablar de salud mental son pasos necesarios para transformar el entorno laboral.
Sin duda, una transformación cultural centrada en el bienestar no es solo una responsabilidad ética, sino una necesidad empresarial con un impacto económico demostrable. El absentismo por trastornos mentales no es una fatalidad; es un síntoma de algo más profundo que podemos y debemos cambiar. La pregunta es: ¿estamos listos para construir culturas que actúen como un escudo para la salud mental de nuestros empleados? protegiendo también nuestros resultados económicos. Ahora que en mayo se ha celebrado la Semana Europea de la Salud Mental, es un buen momento para reflexionar. La respuesta a esta pregunta definirá el futuro de nuestros entornos laborales y la salud de nuestra economía.