A comienzos de 2025 empecé a leer informes que recopilaban lo sucedido el año anterior en las empresas, y me encontré con titulares y cifras inquietantes, “récord de absentismo en 2024 que cuesta 14.000 millones a las empresas en España”, “el absentismo laboral repunta en 2024 y se aproxima a 1,5 millones de trabajadores”, “el 50% de las bajas están relacionadas con la ansiedad y depresión”, “el 48% de los trabajadores planean buscar trabajo este año”, “en torno al 70% de los españoles no tiene buena calidad de sueño debido a factores como el sedentarismo, estrés laboral y malos hábitos”, y muchos otros…
Lo que significa que crece el absentismo y disminuye la implicación de los trabajadores.
Seguí profundizando y leyendo diferentes artículos de este año, porque datos no faltan, en los que se hablaba de las tendencias y los retos de RRHH, y es evidente que el bienestar laboral es prioritario.
Parece que el bienestar laboral ha suspendido y sigue estando en el vértice en 2025 por los malos datos del 2024.
Ya sabemos que hablar de bienestar en el trabajo abarca diferentes aspectos de la vida del empleado: bienestar social, profesional, físico, personal, financiero, y mental y emocional.
Por tanto, se refiere al estado de satisfacción y equilibrio que la persona experimenta en su entorno laboral. Es un concepto holístico que busca la plena satisfacción en el espacio de trabajo.
Entonces, debemos hacernos la pregunta, ¿cómo es el ambiente laboral de las empresas?
De nuevo acudo a titulares del presente año que señalan hacia dónde se deben encaminar los esfuerzos, “el estrés, la presión por la productividad y la falta de equilibrio entre la vida laboral y personal son factores que han convertido la salud mental en una prioridad para los departamentos de RRHH”, “la salud mental en RRHH es el gran desafío del 2025 y la clave está en construir una cultura organizativa con el cuidado de la salud mental como prioridad”.
Queda claro que hay un problema de salud mental, pero ¿qué significa tener buena salud mental?
Se define como un estado de bienestar emocional, psicológico y social que permite a la persona afrontar el estrés de la vida, desarrollar sus habilidades y contribuir a su comunidad.
Y, ¿cómo conseguir este bienestar emocional, psicológico y social?
La respuesta la encontramos en la inteligencia emocional, porque la educación emocional es la herramienta indicada para alcanzar bienestar emocional y prevención para una buena salud mental.
Es importante destacar que ésta no se enseña en los colegios ni tampoco suele formar parte de la educación en las familias, por lo que en general las personas llegan al mundo laboral con carencias en la gestión de sus emociones y la forma de comunicarse, y no están preparadas para tomar las mejores decisiones ni alcanzar todo su potencial.
La buena noticia es que las competencias emocionales se pueden aprender o mejorar, se entrenan, por lo que todos podemos ser emocionalmente inteligentes.
Y, ¿qué se consigue en los diferentes niveles de comportamiento organizacional desarrollando la inteligencia emocional?
- Empresas con empleados que se sienten valorados y respaldados emocionalmente, y su satisfacción y compromiso aumentan significativamente.
- Trabajadores que gestionan mejor sus emociones y con menor estrés. Disminuye el absentismo laboral y aumenta el rendimiento.
- Equipos colaborativos con comunicación asertiva y resolución de conflictos. Mejora la consecución de los objetivos.
- Líderes con buena comunicación con su equipo, escucha activa, empatía, accesibilidad y transparencia.
Con ello podemos concluir que, si la salud mental es un reto, la inteligencia emocional es la respuesta para conseguirla.
En este punto nos encontramos una barrera, porque es habitual que las personas piensen que poseen una “alta” o “buena” inteligencia emocional, pero:
- Mi experiencia, tanto en el ámbito personal como profesional, es que en general se desconoce y banaliza lo que es la inteligencia emocional y las habilidades que la componen, así como su alcance y repercusiones.
- Ya hemos visto que los resultados de los estudios descubren organizaciones con un ambiente laboral poco sano relacionado con carencias de estas habilidades.
Y si la persona no identifica un problema, no va a ponerle remedio.
Y ahora nos podemos preguntar, ¿de quién es responsabilidad cambiar esta situación?
Es importante que la empresa tome conciencia de esta necesidad y proporcione información y formación. Pero el ambiente laboral se construye con las conductas de cada empleado y es responsabilidad de cada uno hacerse cargo.
Por tanto, la respuesta es que ésta debe ser compartida, la empresa pone los medios y el trabajador se compromete a mejorar y aprovechar los recursos que se le ofrecen.
Porque, al fin y al cabo, el bienestar emocional depende de cada uno, la persona debe aprende a conseguir un estado de armonía y equilibrio que enriquezca a su entorno laboral.
Finalmente, ¿están las empresas ofreciendo esta formación en inteligencia emocional?
Los datos, que en este caso son escasos, ponen de manifiesto que las empresas no realizan formación en inteligencia emocional; “solo en torno al 12% la ofrecen programas de bienestar emocional a sus empleados”.
Parece que están centrando sus esfuerzos en otras patas del bienestar.
Se trata de un desafío, pero también una oportunidad porque la información, las necesidades y las soluciones están sobre la mesa, pero las empresas aún tienen camino por recorrer.
Y se debe tener en cuenta, mirando al futuro, que las nuevas generaciones quieren organizaciones con buen ambiente laboral, líderes empáticos y entornos colaborativos, y priorizan el bienestar emocional.
Tampoco debemos olvidar que una empresa saludable favorece la productividad y por tanto los resultados empresariales.
¿Tomarán acción las organizaciones ante la necesidad de fomentar entornos de trabajo saludables formado por empleados con buena salud mental? Veremos lo que los próximos datos de éste y de los próximos años nos dicen.
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