30 de abril de 2024
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Un amigo inesperado

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  • “Pero… ¿qué me estás contando?”
  • “Como lo oyes”.
  • “¿Pero le ha visto alguien?”
  • “Nadie, tía”.
  • “¿Y entonces?”
  • “Ni idea, sólo sé que es rápido, muy rápido… Y seguro”.

Sonia, incluso sin saberlo, había sido siempre una apasionada de la Gestión de Personas. Toda su vida, desde pequeñita, se había sentido a gusto con la gente. Pero no de cualquier manera, no; le gustaba pensar en cómo organizar, pero sin manipular; en mejorar los equipos, pero sin imponer; en hacer “que la gente esté bien”, pero sin presuponer lo que podía gustarle a cada cual.

Sonia creció. Terminó el cole, con nota (chica aplicada), y le tiraban “las letras”. Pero, como ella decía, “mixtas, que los números siempre vienen cargados de razón”.

Terminó haciendo psicología, y nunca dejó de sorprenderse por la cantidad de teorías que parecían podían justificar el proceder de las personas. La existencia de tantas y tan distintas singularidades (“cabecitas locas”, decía ella) que parecían poder unirse por patrones, por formas de ser y de hacer, no dejaba de ser para ella un hecho fascinante.

Tocaba dar el salto al mundo laboral. Y se encontró casi de bruces con la que apareció ante ella como la oportunidad de su vida.

Resulta que Juan, Juanito para los amigos (las veces que su abuela le gritó por la escalera incansablemente tiempo atrás, le hicieron merecedor de por vida de ese diminutivo, que no se quitó ni con agua hirviendo), Juanito, pues, el vecino del segundo, aquel amigo de sus padres que trabajaba como Director de Recursos Humanos en una compañía de postín, se cruzó con ella un domingo, de buena mañana, cuando iba alegremente a comprar unos churritos para el desayuno familiar.

  • “Hombre, Sonia, ¡buenos días! ¡Y enhorabuena, que ya me ha dicho un pajarito que has terminado la carrera mejor que bien!”
  • “Hola, Juanit… Juan, perdona… Pues sí, parece que los codos han dado su fruto; a estos árboles no les afecta la sequía, parece…” – Sonia vio un gesto de extrañeza en la cara de Juanito; igual estas bromas de buena mañana no terminaban de funcionar… Así que se decidió a seguir hablando para correr un tupido velo. – “Así que ahora toca empezar a ver cómo ganarse la vida”.
  • “¿Y has pensado en qué te gustaría trabajar?”
  • “Buf, ahora mismo soy la duda con patas… quiero decir… Me gustaría trabajar en algo relacionado con lo mío, pero parece todo tan inmenso ahí fuera…”
  • Es psicología lo que has hecho, ¿verdad? Te lo digo porque justo estaban buscando perfiles como el tuyo en la empresa de una colega… Quieren reforzar su equipo de Gestión de Personas, y te aseguro que no parece mal Si quieres, te pongo en contacto con ella, ¿cómo lo ves?

¿Qué como lo veía? Sonia vio el cielo abierto. No sabía muy bien por qué, pero tuvo una sensación de esas que se tienen en momentos especiales. Sin ninguna razón concreta, pero con una punzada que te llega a lo más hondo.

Dicho y hecho.

Unas semanas después, tras las entrevistas y cuestionarios de rigor, Sonia ya formaba parte del equipo. E iba dispuesta a comerse el mundo. Y como buena persona responsable que era, estuvo unos días antes dándose una vuelta por las últimas tendencias en Gestión del Talento, bañándose en buenas prácticas y acicalando su perfil de psicóloga con esas cualidades que “el mercado” identificaba como ideales.

Y también, según contaba a sus amigos, “estudiando palabros”; porque hay que ver cómo les gusta a los de Recursos Humanos, decía, inventar: entre el “upskilling”, el “reskilling”, los entornos “VUCA” y “BANI”, la “Gran Renuncia” y cosas por el estilo, parecía que los diccionarios nunca iban a dejar de incorporar apéndices.

Y allí estaba: sentada en su silla, apoyada en la mesa, cargada de ideas, con un montón de ilusión por aportar su granito de arena para mejorar la estrategia formativa de la compañía; para optimizar los procesos de selección (que ella, en primera persona, calificó como mejorables); para hacer del onboarding algo más que un trámite; para incidir en los procesos de sucesión, que había leído cada cosa por ahí…

  • “¿Sonia? ¿Estás aquí? ¿Hola? Jajajajaaaaa”.

Era María, “la jefa”, la amiga de Juanito… que ya parecía haberla pillado soñando en su primer día de trabajo. Tierra, trágame.

  • “Ay, sí, perdona… Es que estoy un poco nerviosa… y pensando en tantas cosas…”
  • “Nada, tranquila, no te Dicen que los comienzos nunca son fáciles, aunque también te digo… si fuera fácil, sería aburrido. ¿No crees?”
  • “Sí, sí, claro… En fin, supongo que poco a poco”.
  • “Yes. Tacita a tacita. Creo que ya te han presentado a algunos de tus compañeros, ¿no?”

Sí; le habían presentado a Pedro, que parecía llevar en la casa más tiempo que el felpudo de la entrada, y a Lucía, que se había incorporado un par de semanas antes que ella y con la que acabaría haciendo muy buenas migas.

  • “Sí, sí, Precisamente hablando con ellos he pensado en algunas cosas que creo que podríamos ir mejorando poco a poco y…”
  • “¡Estupendo, Sonia! Si quieres, hablamos en unos días de todas esas ideas, que siempre viene bien el contar con ojos limpios y miradas frescas para mejorar las cosas que igual desde dentro no vemos Si te parece, a ver si puedes preparar un documentillo con tus ideas (no un PowerPoint con florituras, que ya verás que por aquí hay verdaderos especialistas en vestir la nada…) y lo comentamos cuando lo tengas listo. ¿Ok?
  • “Claro, muchas gracias”.

¿Qué más podía pedir? No tenía más que ordenar sus ideas después de unos días para poder tener más información acerca de cómo se cocían aquí las cosas, preparar el documento… ¡y a triunfar!

Ja. Ja. Y ja.

Poco tardó Sonia en darse de bruces con la realidad. La preparación de la maldita nómina (¿dónde ponía que las incidencias de nómina debían convertirse, una vez sí y otra también, en incidentes?), los informes de igualdad retributiva, los miiiiiiles de correos repetitivos que debía enviar, la preparación de turnos, las respuestas infinitas a las mismas preguntas uuuuuna y ooootra vez, el almacenamiento ordenado de contratos y documentos y un sinfín más de tareas de las que te roban la vida no le dejaban ni respirar.

Hasta empezó a padecer de asma. “Esto va a ser eso de somatizar”, se decía. Total, que de investigar para mejorar, poco. Muy poco.

Y del documento aquel de maravillosas ideas, menos.

Hasta que, un día, notó que todas esas tareas (“los vampiros”, las llamaba ella), disminuyeron. Y, oh, maravilla, empezó a tener tiempo para todo aquello que realmente quería hacer, para aportar su valor como sabía que podía hacer.

Y habló con Lucía, su compi:

  • “Lucía, ¿ha entrado alguien nuevo al equipo?
  • “Pues eso parece… ahora, que no le arriendo las ganancias, que por lo visto se ocupa de todas esas cosas tan estupendas que nadie quiere hacer…”
  • “¿Pero dónde está?”
  • “Ni idea; aunque he oído que se llama Gustavo. Gustavo Pérez, creo. Al menos, varias veces he oído ya pronunciar ese nombre a María, y siempre con una sonrisita”.
  • “Ahora que lo dices, me suena… y algo más decía… ¡Torcuato!”
  • “¡Sí, eso es! ¡Gustavo Pérez Torcuato! ¡Así le llama! ¡Vaya nombrecito que se gasta el gachó!”
  • “¿Nos lo presentarán, ¿no?”
  • “Supongo, pero vaya usted a saber… porque debe ser un colega de los de Tecnología”.
  • “¿Por qué lo dices?”
  • “Joer, porque es que María sólo habla del susodicho con ellos, y siempre con las risitas de Y hace un par de días oí que les decía “tenemos que anunciarlo como se merece”.
  • “Bueno, mira, yo encantada… que por fin tenemos tiempo para cosas chulas, ¿no?”
  • “Pues sí, mira… Ahora, que como sea un “enterao”…

Y “el enterao” fue presentado en sociedad poco después. Primero apareció como un contacto más en Teams, aunque nadie le vio por la oficina. Pero vamos, que tampoco eso causó mucha sorpresa. Uno al cien por cien de teletrabajo, seguro. Además, siendo un “enchufao” de Tecnología…

Más tarde, parecía estar siempre al quite para cambiar formatos, enviar convocatorias a las reuniones de acogida, preparar unos anuncios de empleo estupendos, resumir tediosas normativas… Un hacha, el Señor Misterioso…

Y así es como GPT, Gustavo Pérez Torcuato en su nombre en clave mientras terminaban de “pulirlo”, llegó a sus vidas… para dejar que Sonia, Lucía y el resto del equipo pudieran crecer y hacer crecer.

Eso sí. Gustavo no se iba a tomar unas cervecitas con el equipo después de currar… De momento.

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