19 de mayo de 2024
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Enfocando la innovación

Enfocando la innovación

La economía del conocimiento y la innovación demanda nuevos perfiles en los trabajadores y directivos, para alcanzar las cotas de productividad y competitividad que nos proponemos. Este objetivo pasa necesariamente por la innovación en procesos, productos y servicios, porque ella —la innovación— constituye el sello cardinal de la economía emergente; sin embargo, la venimos invocando desde diferentes perspectivas y con diferentes significados. Resulta preciso enfocar debidamente la innovación.

Así como parece haber otras distancias conceptuales no debidamente resueltas —por ejemplo, la existente entre la sociedad de la informática y la sociedad de la información, o la igualmente sensible entre la información y el conocimiento, o la también perceptible entre el conocimiento y la capacidad de generar alto rendimiento—, podríamos estar identificando la innovación sobre todo con la renovación tecnológica, con los cambios culturales y operativos, o con la mejora continua de los productos y servicios ofrecidos. Sin embargo, también parece oportuno nutrir la idea de la innovación como contribución a una especie de saludable y bienvenido salto cuántico en el bienestar de la sociedad.

Necesitamos profesionales ―especialmente en la pequeña y mediana empresa― que, con suficiente perspectiva social y sistémica, piensen (“trabajadores del conocimiento y el pensamiento”) en el potencial de su acervo de conocimientos, como generador de efectividad y calidad de vida. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) nos han permitido avances asombrosos y seguiremos sorprendiéndonos, pero no toda la tecnología es informática, ni toda la innovación, tecnológica. Nuestra imaginación debe extenderse a otras posibilidades, siempre con el ser humano como referencia y sin perder de vista el prometedor avance de la neurociencia.

Lo sabemos. No pocos progresos en la física, en la medicina, en otras ramas científicas, e incluso en sectores económicos diversos, se han producido porque los investigadores, emprendedores y profesionales técnicos se han beneficiado de forma perspicaz de la casualidad, han desplegado sucesivas hipótesis, establecido valiosas conexiones, dado cauce a su imaginación y guiado por su curiosidad; también, por cierto, se han aprovechado de su conocimiento inconsciente o intuitivo (a veces manifestado en sueños, como en el caso de Loewi, Kekulé, etc.).

Recordemos también ―porque no se han necesitado siempre grandes organizaciones― cómo surgieron las hamburgueserías McDonald´s (Ray Kroc), el velcro (George de Mestral), el estetoscopio (T. Laennec), las cerillas (J. Walker), el caucho vulcanizado (C. Goodyear), el Walkman de Sony (Masaru Ibuka), el horno de microondas (P. Spencer), la aspirina (F. Hoffmann), el pegamento SuperGlue (H. Coover), la conexión electromagnética (H. C. Oersted), la máquina de coser (E. Howe), etc., por no hablar de la teoría de la relatividad (A. Einstein) o la visión heliocéntrica del universo (N. Copérnico), cuya trayectoria resulta altamente reveladora.

En 1997, leíamos en la revista Fortune: “La innovación es la característica singular que engrandece a las mejores compañías. Las compañías que saben cómo innovar no necesariamente invierten grandes sumas en investigación y desarrollo; en vez de ello, cultivan un nuevo estilo corporativo de conducta que admite nuevas ideas, cambios, riesgos e incluso errores”. Más de diez años después, el mensaje parece seguir vigente: los resultados pueden mostrarse espectaculares cuando nos dedicamos a pensar con penetración y esmero, y desplegamos conexiones y abstracciones valiosas.

El profesional experto e innovador de nuestros días —por observador, curioso, intuitivo, sagaz y militante del aprendizaje permanente— encuentra ciertamente conexiones y analogías aun cuando no resulten muy visibles; podemos incluso decir que las cataliza y que despliega diferentes ejes de conexión. Recordemos algunas de las características que Mitchell Ditkoff, presidente de Idea Champions, destacaba en los individuos más creativos en sus empresas: cuestionan el statu quo, buscan nuevas posibilidades, asumen riesgos, advierten conexiones ocultas, se concentran en los desafíos, aprenden continuamente, se muestran perspicaces, concilian la intuición con la razón, despliegan el pensamiento conceptual, el crítico, el sistémico…

Efectivamente, al denominado “trabajador del conocimiento” (knowledge worker) de que nos hablaba Peter Drucker, le han atribuido otras etiquetas otros expertos: learning worker, innovation worker, thinking worker…, y podríamos en definitiva hablar del trabajador del saber, el pensar y el innovar: un aprendedor permanente que en ocasiones es capaz de añadir nuevo conocimiento (innovar) a su área profesional. Curiosamente y aunque no quepa generalizar, en grandes empresas este perfil resulta a menudo neutralizado por la insistente predicación de curiosos modelos de liderazgo y el seguidismo, o las doctrinas y liturgias desplegadas; a veces parece haber en efecto mayor espacio para pensar con libertad y profesionalidad en las pymes, aunque éstas dispongan de menos recursos para desarrollar a sus personas.

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