Supongo que si digo que estoy en contra de la famosa Ley de Igualdad que se ha sacado de la manga nuestro Gobierno, a más de una/o le dará por pensar que soy un asqueroso machista, retrógrado y demás adjetivos calificativos en esa línea.
Y tendrían razón si tan sólo leyeran hasta aquí. Porque, efectivamente, estoy en contra de la Ley, pero no porque no crea que las mujeres sean, cuando menos, iguales que los hombres. Ni mucho menos. Todo lo contrario: soy un ferviente admirador de ellas y uno de sus máximos defensores, no en vano, en mi empresa, al igual que en otras muchas, son una clara mayoría.
Pero el motivo de mi oposición no tiene nada que ver con la demostrada eficacia y eficiencia de las féminas, sobre lo que no creo que nadie tenga objeción alguna. Lo que ocasiona mi antagonismo es que se obligue a que, por Ley, ellas tengan derecho a presencia, puestos y trato, ya que, desde mi humilde punto de vista, eso es algo que no se puede regular. Ni en un sentido, ni en el otro.
Además, ¿nadie se ha preguntado que pasa en una empresa, consejo o partido político, cuando haya un porcentaje mayor de mujeres preparadas para ejercer puesto que el obligado 40% de la Ley?
¿Porqué limitar algo que, en un sentido o en otro, puede ser superior a lo legislado?
En un sector como el nuestro, si aplicáramos la nueva norma, para empezar, tendríamos que despedir a la mayoría de las profesionales que, desde hace muchos años, dirigen los departamentos de recursos humanos de grandes compañías, nacionales e internacionales.
Según un estudio que realizamos con nuestro cuestionario CPL 32, Las mujeres aportan algunas características relevantes al mundo del trabajo con lo que contribuyen a incrementar lo que podríamos llamar inteligencia emocional: una mayor sensibilidad para ponerse en lugar de los demás, comprenderles y escucharles, vibrando o comprometiéndose más con los problemas y en la situación real de las otras personas. Son más ayudadoras, no se obcecan agresivamente en las batallas del día a día, piensan más en las victorias definitivas a medio o largo plazo (saben que hay más tiempo). Aplican parámetros menos rígidamente racionales, dejando siempre otras alternativas y posibilidades más flexibles. Son más respetuosas con las normas y con las reglas establecidas. Tienen un sentido especial para no poner en riesgo la imagen propia y para cerrarse a las relaciones con los demás.
Sin duda, lo que más sobresale de estas diferencias es la fácil empatía con los demás, el excluir el uso de la agresividad y de la competitividad laboral, la orientación a la comprensión y ayuda a los demás, una más flexible y agradable diplomacia. Será por esto que eligen con más frecuencia que los hombres la carrera de Psicología y sobre todo que ocupan, cada día con más frecuencia, Direcciones de Personal y de Recursos Humanos.
Con todo ello, creo que se demuestra que están, por lo menos, al mismo nivel que lo hombres, y en el caso de la gestión de recursos humanos, muy por encima, no sólo en cuanto a cantidad, sino, seguramente y a la vista del estudio, también en calidad.
Querer obligar e imponer cifras, porcentajes, me parece algo estúpido y, mucho más grave, perjudicial para ellas.
Y si el Gobierno quiere poner cuotas, que haga como la UE, que las ponga a la leche.
Las cuotas, como mucho, para la leche
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por Redaccion
- abril 3, 2006
- 12:17 am
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