15 de mayo de 2024
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En la fila cero, a la espera de un gran espectáculo

En la fila cero, a la espera de un gran espectáculo

Recuerdo aquel atardecer de sábado. Estábamos disfrutando de un perfecto fin de semana familiar en la montaña, desconectando de la rutina y de las prisas que nos imponen nuestras formas de vida.

Estaba sentada en el porche, disfrutando del placer de observar y escuchar la naturaleza. Esa afición tan en desuso y necesaria.

Volvía a empezar a nevar, así que me acurruqué bajo una manta para seguir gozando de esa maravillosa visión.

El silencio fue truncado de golpe. Mi móvil sonó. ¿Quién demonios se atreve a romper la magia de ese momento?… de MI momento.

Decidí no contestar. Pero quien me llamaba, se había obcecado en insistir.

A regañadientes me dispuse a descolgar.

-Buenas tardes, Carolina, qué sorpresa tu llamada…

Carolina era una vieja amiga, de esas personas que, aunque pase un millón de años sin saber de ella, cuando la reencuentras, parece que no haya pasado el tiempo. Durante unos años, coincidimos trabajando como abogadas, hasta que yo me decanté por colgar la toga y centrarme en la gestión y resolución alternativa de conflictos. Al oír su voz, la noté preocupada.

-¿Va todo bien?

-Sí, pero…

Después vino un silencio.

La palabra “pero”, no augura buenas noticias, y acostumbra a invalidar el sentido positivo de la frase anterior.

Carolina lleva más de 15 años como responsable de personas en una empresa familiar. Jaime y María, dos hermanos gemelos que continúan el legado de su padre, son los actuales propietarios.

Carolina ejecuta su trabajo de la misma forma que es ella; metódica, escrupulosamente ordenada, racional y rigurosa. A su vez, algo intransigente y contenciosa.

Interrumpí el silencio con un “¿Sigues ahí?”. 

-Sí, perdona. Estoy desbordada. Las cosas no van bien por la empresa. Jaime y María, han discutido. Bueno, discutiendo, llevan tiempo. He intercedido por ellos y desde hace meses actúo como interlocutora de los dos. La situación actual es insostenible. La plantilla se ha dividido en dos bloques posicionándose en favor de uno o del otro. Ahora mismo, me acaba de llamar María, comunicándome que quiere vender su parte de la empresa a su hermano. Pero yo sé que Jaime no tiene ninguna intención de

comprarla. Llevo tiempo intentando calmar las aguas, pero no sirve de nada. Cada vez están más distanciados y no hay quien soporte esta situación.

-Cálmate Carolina, seguro que algo se podrá hacer.

-Lo dudo, el lunes a primera hora, María me hará llegar la oferta de compraventa para que la traslade a su hermano. Es imposible que se entiendan. Ayer, sin ir más lejos, se enzarzaron en una discusión a gritos. ¿El motivo?… te vas a reír: ¡la densidad del papel de oficina que debíamos comprar! Esto me supera. El lunes puede volar todo por los aires. 

Yo seguía en el sillón del porche, cubierta con la manta y con mi mirada perdida al frente. Había oscurecido.

Mientras seguía escuchando a Carolina, me sentía una invitada de honor, sentada en la fila cero de un gran espectáculo. Las luces del jardín se convirtieron en focos que iluminaban tenuemente el escenario. Dos enormes abetos blancos, tres balsámicos y acebo a doquier transfigurados en perfecto atrezzo.

Las risas de los chavales que correteaban por la calle hacían de comparsa a los protagonistas: los copos de nieve, sin importar su forma ni tamaño, iban deslizándose hasta posarse en el suelo. Cada uno a su libre albedrío, a su ritmo, cruzándose entre ellos, inmersos en una especie de danza ritual, completando un perfecto caos ordenado.

-No te preocupes Carolina, el lunes a primera hora estaré en tu empresa. Ahora desconecta y no pienses más en ello. Un beso.

Y su voz se esfumó, como haciendo mutis por el foro.

A las nueve de la mañana del lunes, yo estaba sentada frente a Carolina en su oficina, con su rostro tenso, el ceño fruncido y el torso rígido. 

-Vamos a hacer lo que debíamos haber hecho hace tiempo, le comenté.

-¿Largarme de aquí y buscar otro trabajo?, entonó ella fugazmente.

-No, Carolina, por el bien de la empresa, se debe evitar la huida de talentos, le dije irónicamente. Vamos a intentar hacer una mediación entre Jaime y María. 

La respuesta de mi amiga fue rápida, tajante y fundamentada. Perderíamos el tiempo y no serviría de nada.

Mientras intercambiábamos argumentos, me distraje con el ventanal que había tras ella. A través de los cristales se divisaba toda la ciudad. Una luz clara inundaba la habitación y hacía más liviana la conversación entre las dos. 

En aquel momento, María irrumpió en la estancia como un vendaval, con pisadas apresuradas y cara de pocos amigos.

Al percatarse de mi presencia, simuló un ademán de sonrisa frustrada y mientras dejaba caer sobre una mesa el dosier que llevaba en la mano, sentenció:

-Mi oferta no es negociable.

María se fue del despacho con la misma vorágine con la que había aparecido, dejando tras ella un seco portazo.

Rompiendo el silencio en el que nos vimos envueltas durante unos segundos, dije:

-Vamos a intentar iniciar una mediación…

No había terminado de formular la frase cuando Carolina se levantó dando un salto de su silla y con un gesto pícaro y locuaz me verbalizó:

-¡Sabía que me propondrías esto! Ni hablar. ¡Imposible! Llevo años mediando entre los dos. Y, ¿sabes qué problema tienen? Que nunca quieren lo mismo y se llevan la contraria, adrede, para fastidiarse mutuamente.

Con altas dosis de persuasión y paciencia pude convencer a Carolina de que esa era la mejor alternativa.

El siguiente episodio, mediando entre los dos hermanos, transcurrió por un camino arduo y fragoso, pero lo recorrimos pasito a pasito, desgranando situaciones, aflorando sentimientos ocultados, dialogando, escuchando más allá de las palabras… 

Como mediadora, les pude facilitar un viaje por su historia, por su familia. Una travesía en la búsqueda de sus intereses y necesidades y un periplo de generación de opciones y soluciones.

Y sí. Otra vez funcionó. De nuevo se manifestó el poder de la buena comunicación.

Cambian los momentos y circunstancias de nuestras vidas, pero siempre podemos reconducir malentendidos y conflictos. En nuestras manos está decidir cómo queremos vivirlos y resolverlos.

Hace unos días, estaba de nuevo sentada en el porche, disfrutando del placer de observar y escuchar la naturaleza…

Empezó a nevar, y me acordé de hace un par de meses, cuando Carolina, desesperada, irrumpió con dotes de diva, en el gran espectáculo del que estaba disfrutando.

Pensé que aquel, era un buen momento para hablar con ella y preguntar por María y Jaime.

Tenía mi teléfono móvil en la mano cuando me entró una llamada.

-Buenas tardes, Jaime, justo ahora pensaba en vosotros, ¿Todo bien?

La voz tranquila de Jaime transmitía su estado de ánimo.

-Estoy con mi hermana y nuestras familias pasando juntos el fin de semana, y estábamos pensando celebrar nuestro aniversario dando una pequeña fiesta en la empresa. Creemos que los empleados lo agradecerán. Tenemos varias ideas, pero ya hablaremos de ellas. ¿Qué te parece nuestra propuesta?

Se esbozó una sonrisa en mis labios y contesté:

-Pues que me siento una invitada de honor, sentada en la fila cero, a la espera de un gran espectáculo.

Esta vez, por la grandeza de los seres humanos que observan y escuchan.

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