Líder, ¿cueces o enriqueces?

Mucho se habla últimamente de la función del líder en las organizaciones. No es que sea un tema nuevo, ni mucho menos, sin embargo, está tomando una nueva dimensión y relevancia en los últimos tiempos.

A lo largo de mi experiencia en el ámbito del desarrollo profesional de personas y organizaciones, son muchos y muy variados los aprendizajes que he ido incorporando a mi mochila, como también variadas han sido las situaciones que he experimentado con líderes o aprendices de líderes.

“¿El líder nace o se hace?”, “el líder tiene que tener carisma, sí o sí”, “el líder tiene que ser el que más sepa del negocio que gestiona…”. Estas y otras muchas reflexiones se me han planteado en distintas situaciones. Lo cierto es que no me resultan importantes cuando hablamos de personas que ejercen el liderazgo; ¿que pueden sumar? no lo dudo, ¿que son definitorias? No lo creo.

Entonces, ¿cuál es para mí la clave del liderazgo? La Verdad.

Hablamos del líder agile, del líder coach, del líder intergeneracional, del líder en remoto, etc. En mi opinión, todas estas versiones de liderazgo tienen su génesis en el modelo teórico del liderazgo situacional. Un líder tiene que, en primer lugar, conocer a su equipo y, en segundo, saber adaptarse al nivel de madurez profesional de sus miembros para movilizarlos hacia su mejor versión. El foco, por tanto, no está en el líder, sino en la movilización hacia versiones mejoradas. No se trata de que el equipo se adapte al líder, más bien, todo lo contrario. Eres tú quien los necesita.

¿Cuáles son, por tanto, mis “verdades” del líder?

La primera y principal es que le importen las personas. Tan sencillo como esto y a la vez tan complejo. En muchas organizaciones en las que he tenido la oportunidad de colaborar, he podido ver excelentes herramientas para la gestión de personas. Avanzadísimas aplicaciones para la evaluación del desempeño, potentísimos soportes para la detección de necesidades formativas, sofisticados modelos para el desarrollo de carrera, etc. Excelente. Pero (y lo utilizo a conciencia), a esto hay que sumarle algo de vital importancia. El verdadero interés en las personas. Y digo verdadero porque cuando no es auténtico se nota y ya sabemos cómo funciona la confianza cuando no hay coherencia. Las herramientas o soportes son un medio, nunca un fin.

Cuando te importan las personas, cuando las pones en el centro de tu gestión, cuando te ocupas de su bienestar, cuando tienes claro que no se trata de ti, sino de ellas, cuando no son un medio sino un fin, ahí, solo ahí estarás siendo un sólido y robusto “puente”.

La segunda verdad está relacionada con el ego. El poder atrae, no podemos negarlo. Cuando lideramos corremos el riesgo de relamernos en exceso, de no ser críticamente constructivos con nosotros mismos. Ser humilde y mostrarte vulnerable te reafirma como ser humano y, sin pretenderlo, te acerca a las personas y genera un impacto positivo en ellas.

La tercera, ser honesto con tu responsabilidad, aunque cueste. Considero que hay tres formas de hacer evolucionar profesionalmente a las personas: animándolas a consolidar aquello que hacen bien, invitándolas a avanzar en aquello que pueden hacer mejor y promoviendo cambios ante aquello que no hacen correctamente. No podemos renunciar a ello. Sería faltar a nuestra responsabilidad como líder. Habla, conversa, comparte, busca espacios íntimos, individualiza (no compares), anima, impulsa, reta, ofrécete y todo ello, sin proyectarte, recuerda que no se trata de ti. La peor conversación que puedes tener con un colaborador es la que no tienes.

Me gustaría terminar esta reflexión haciendo referencia al líder “puente” que comentaba anteriormente. La mayor parte de la población somos más visuales que auditivos o cinestésicos. Esto me ha servido para dibujar modelos que me ayuden a compartir y facilitar la interiorización. En liderazgo, me gusta el líder puente.

Este líder se caracteriza porque une personas con sus expectativas, acompaña en travesías que nacen de un punto conocido y te llevan a algún lugar que, probablemente no conoces, te sugiere un camino; pero nunca te obliga a que lo transites, ofrece seguridad cuando te asomas y sólo ves un vacío, aunque sople el viento y se mueva; su pilares no se tambalean, hacen transitable un trayecto que sin él se haría mucho más dificultoso, aunque se modernice con nuevos enseres o sujeciones; no cambia su propósito y, lo mejor, es que siempre es agradable pasear en él o, al menos, recordar esos paseos durante toda la vida.

Si eres puente, está claro que enriqueces.

Por tanto, disponer de una genética propicia y de herramientas para la gestión, suma. Creer en las personas y en su desarrollo profesional, multiplica. Ahí radica la verdad del líder.