24 de abril de 2024
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El petaverso

El petaverso

Nos inundan los anuncios, las conferencias, las llamadas a la acción…el metaverso es tendencia. El metaverso está aquí.

Yo sobreviví a “Second Life”. O mejor, mi pobre portátil lo hizo y pudo manejar sus calores y sus quebrantos para mantener gráficos, interacciones y avatares en un estado aceptable de sincronización y flujo. Era la primera década del siglo XXI y yo ocultaba a amigos y conocidos mis paseos por esta realidad paralela,  que se bautizó con el nombre adecuado: la segunda vida. La interfaz no era amable, los avatares eran extraños y no siempre era un flujo dinámico de movimiento el que acompañaba tus desplazamientos por las diversas localizaciones. Socialmente, eras un rarito si te descubrían. Y tú lo sabías.

Pero resulta no sólo que todo cambia, sino que de forma cada vez más intensa lo hace buscando demostrar que todo lo que se “puede” hacer –lo que es posible- está cada vez más cerca de lo que se “debe” hacer: conquistar nuevas fronteras, por ejemplo. Sí, hay muchas proclamas acerca del reino de los valores y de la discusión ética necesaria, pero la realidad tozuda y palmaria es que se acepta generosa y ampliamente que lo que la tecnología nos permite, la conciencia nos lo aprueba. Con pocas reservas.

Y así, el “metaverso”, el “entorno donde los humanos interactúan e intercambian experiencias virtuales mediante uso de avatares, a través de un soporte lógico en un ciberespacio”,  lo peta. Se alaba la creación de una nueva realidad por parte de unos nuevos hacedores, en la que seremos quienes deseemos ser y en la que las limitaciones de múltiple pelaje que nos encorsetan en el mundo  del aire, la tierra, el fuego y el agua no nos  abrazan. En la realidad de bits, frames, algoritmos y nodos interconectados, no hay más límites que los de la base tecnológica que podemos adquirir. Lo peta.

Lo peta jugar a ser dios, lo peta aligerar nuestras cargas y nuestras barreras psicológicas, lo peta probar y sentir con responsabilidad ilimitada…Es el petaverso.

“¡Ya está aquí el agorero!, murmuran  algunas de las amables gentes a los que he conseguido atraer hasta esta línea. Y no, no es que me guste ser agorero. Hace escasas fechas, sin ir más lejos, vi un enésimo especial sobre el metaverso en un noticiero televisado de máxima audiencia; las dos personalidades expertas que brillaban en sendas entrevistas coincidieron en su titular: “La clave es cómo utilizamos esa infraestructura para hacer nuevos modelos de negocio, para hacer que la sociedad avance. Y para mí esa es la clave, ese es el desafío”, decía uno; y la otra apoyaba sin propósito explícito: “El metaverso es un proyecto de industria. Todos debemos trabajar bien, en función de los aprendizajes, para ofrecer la oportunidad económica que este nuevo Internet va a suponer.” Modelos de negocio, proyecto de industria…no es sólo que se acabe haciendo todo lo que es factible, sino que lo que –además de factible- cada vez es más rentable, es más deseable. No descubro nada.

Los experimentos ya contrastados y vividos con numerosas y jovencísimas comunidades de videojugadores que viven, compran, experimentan y empiezan a sentir en entornos de ensueño o de terror, dependiendo de las preferencias y de las tarifas,  lo dejan bien claro. Es una liberación ser otro, hacer otras cosas, sentir de otro modo; y estamos dispuestos a pagar –mucho- por esa experiencia. Una experiencia en la que la realidad es un todo en ósmosis permanente y en la que la creciente capacidad de involucrar a los sentidos externos e internos, nos transporta con eficacia a nuevas realidades.

Hasta tal punto, que la confusión de planos empieza a ser creciente. Recientemente he visto algunos capítulos de la serie documental “Espejismos digitales: muertes, mentiras e internet” de Netflix; recomiendo el primero de ellos, que trata de la práctica del “swatting” y del borrado fronterizo entre dos mundos para muchos usuarios. Por otro lado, la serie “Electric dreams”, emitida en Amazon Video contiene un primer capítulo titulado “Real life”, que es también una buena muestra de la interconexión posible entre lo que es real y lo que es “real”.

Pero todo es factible. Y como es factible, es posible. Y se hace asequible. Y se vuelve rentable. Y en el camino y después de recorrer tramos, se sigue discutiendo sobre cómo hacerlo moralmente aceptable. Pero, oye, es que es rentable. Y lo peta. Es el petaverso, bobo.

El metaverso hunde sus raíces en un concepto muy interesante de la teoría cuántica: en el fascinante mundo de las partículas subatómicas, rige un principio de superposición por el que pueden compartir varios estados simultáneamente. No, no es fantasía: es una realidad palmaria. De hecho, es el fundamento del extraordinario éxito que va adquiriendo la computación cuántica y la capacidad de sus nuevas partículas componentes –los cúbits- de encontrase en estados de cero, uno o cero y uno a la vez, multiplicando la potencia de cálculo y el tratamiento de problemas complejos. Y esta particularidad abrió el telón al nacimiento de la famosa  «interpretación de los universos múltiples» o «interpretación de los mundos múltiples» de Hugh Everett.

Es una lástima que esta interpretación tan sugerente no nos haya encaminado a conocer más, por ejemplo, los múltiples universos que conviven en el alma humana y en los corazones individuales a la hora de dirigirlos. Un ser humano existe tan superpuesto en sus estados emocionales como lo está una pobre partícula inanimada, pero con una riqueza y un valor infinitamente mayores. Es la perspectiva que Astrid Nilsen y yo hemos tratado de promover, prologados por otro gran profesional de  la gestión de personas como es Jesús Torres –presidente de una asociación profesional referente en la dirección de personas- en el libro “Management Cuántico”. No haré mucho “product placement” –gran costumbre de Netflix, por citarla de nuevo- y tan sólo diré que el paralelismo entre el mundo cuántico y sus reglas paradójicas y probabilistas y el mundo del comportamiento humano -tan excesivamente bombardeado de recetas infalibles y tan necesitado de una cura de humildad cuántica- es asombroso y atesora un gran potencial. Y el multiverso es uno de esos paralelismos.

Pero, ¡ay!,  dirigir bien, obtener el compromiso, predicar con el ejemplo, escuchar más, hablar menos…no bombean nuestros ingresos trimestrales y requieren esfuerzos personales. Petarlo en el metaverso y ofrecer el petaverso satisface muchas necesidades inmediatas, generadas o espontáneas pero siempre originales e innovadoras de nuevos consumidores en busca de nuevas fronteras. Dispuestos a recompensar sus experiencias con generosidad y  fidelidad.

Ojalá nunca se anuncie una nueva serie en Amazon o Netflix con este título –“El Petaverso”_ y mis reticencias hayan sido vencidas por el debate ético y moral que se oye en el gallinero de este anuncio triunfal de bienvenida.

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1 comentario en «El petaverso»

  1. Unas líneas sobre la relación entre lo #posible, lo #factible, lo #deseable? y lo #rentable . Hoy, sobre el omnipresente #Metaverso Gracias RRHHDigital

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