19 de marzo de 2024
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¡Y allí estaba yo…a mis 52!

¡Y allí estaba yo…a mis 52!

Me levanté de la cama y como de costumbre me preparé para empezar otra dura semana. Durante el desayuno me puse al día con las noticias de prensa y revisé la agenda que me esperaba. No había novedad, reuniones de proyectos, un par de visitas a clientes, entrevistas con mi equipo… la verdad es que iba a ser una semana muy intensa. Veníamos de un trimestre duro, con largas e intensas sesiones de trabajo. Pero me sentía orgullosa, los proyectos habían salido adelante, habíamos recibido una mención de nuestra central en Inglaterra e íbamos a terminar el año cumpliendo con los objetivos de facturación esperados. Dicho así, todo parecía maravilloso, el descanso merecido de Navidades nos esperaba.

Pero la realidad fue otra. Aunque mi llegada a la oficina fue transcurriendo con la rutina habitual, a media mañana recibí la llamada de mi responsable para citarme en su despacho. Su cara transmitía preocupación, pero no más que en cualquiera de las numerosas ocasiones en que se producían estas llamadas. Siempre serio pero muy cordial, de sus conversaciones con él siempre te quedabas con aprendizajes, tenía suerte de tenerle como jefe. De camino intenté repasar si alguno de los proyectos había sufrido alguna incidencia que yo hubiese pasado por alto. No la encontré. Luego supe que no la había. Su llamada tenía un fin bien distinto y para mí, inesperado. Con semblante serio, y lento tono de voz, me transmitió que la compañía había decidido prescindir de mis servicios, “en la última Junta Directiva en la que se han aprobado los proyectos del siguiente bienio, se ha acordado realizar una reorganización de los directivos y tu perfil, sintiéndolo mucho, no es el que se requiere para llevarlos a cabo. Si bien tus resultados hasta la fecha han sido…..” Siguió hablando, pero yo había dejado de escuchar, sus palabras retumbaban en mí “sintiéndolo mucho, sintiéndolo mucho….” De repente 10 años de mi vida se desplomaban de golpe con esas simples dos palabras. Yo misma había tenido que decirlas en varias ocasiones, pero ¡cómo me iba a esperar yo esto en estos momentos y a días de mis vacaciones de Navidad! Pero así era, tras 40 minutos de reunión a la que el Director de Personas, buen amigo mío por cierto, se unió muy pronto, quedaba cerrado mi proyecto profesional en esa empresa. He de reconocer que me quedé aturdida, para que negarlo, ni el momento ni los resultados vaticinaban tal desenlace. ¡Mira que habíamos tenido momentos duros, proyectos fracasados, baja facturación…, pero ahora no, ahora no era el momento!

Y allí estaba yo, cumpliendo el protocolo de salida establecido en mi empresa; les teníamos todos, hasta éste, por muy fúnebre que resultase. Nuestras Políticas de RRHH habían sido reconocidas en varios foros empresariales del sector. En fin, ésta, por la que nunca me imaginé pasar, estaba entre ellas, sí, ahí, con su apellido “de personas”, irónico ¿no? En mi despacho, sin acceso a mail, sin acceso a teléfono corporativo, requisado mi pc y las llaves del coche de empresa, y con el técnico de IT a mi lado para recoger mis carpetas personales virtuales, lo que había empezado siendo un día soleado, se convirtió en un nublado espeso, como los de mi tierra, de esos que te enfrían para todo el día.

Y allí estaba yo, esperando el taxi que me amablemente me habían pedido para volver a casa tras dos interminables horas de recogida y despedidas. Y con un nudo en la garganta y dos preguntas golpeando en mi cabeza ¿cómo lo explico en casa? ¿y ahora qué? Mis 52 años iban y venían del corazón a la cabeza y de la cabeza al corazón. Montada en el taxi, me dejé llorar, pero no alcancé a saber si las lágrimas eran por enfado o por miedo, quizás en ese momento fuesen las dos. Sin reaccionar, llegué a casa, pero ¿qué hacía yo allí? Dejé mi caja con las cosas recogidas, y me desplomé en la cama, la cabeza me pesaba y lo peor de todo, no me dejaba pensar, solo iban y venían dentro de mí las secuencias que iba a vivir con mi familia y amigos explicándoles que así, sin más, me había quedado sin trabajo, cuando días atrás presumía de mis éxitos.

Y allí estaba yo, inmersa en mis abrumadores pensamientos cuando sonó el teléfono. Descuidadamente y sin prestar atención a la llamada descolgué para atender. “Rebe, no te pregunto qué tal estás, lo sé bien, pero quiero que te vengas a comer conmigo, a las 2 en el sitio de siempre. Te espero. Un beso”. Me hizo mirar el teléfono, pero sí, era él, era Pedro mi Director de RRHH, bueno mi exdirector, tenía su contacto personal de ocasiones anteriores, y me había dejado sin reacción. Con su voz amable de siempre y llamándome por el diminutivo que utilizaban en la oficina, me había citado, ¡¿me había citado?! Cogí el teléfono y le llamé, no entendía para qué me quería ver, todo había quedado cerrado en la oficina. No me atendió.

Y allí estaba yo, llegando tarde a la cita, la verdad es que sin ganas de ir, sin ganas de ver a nadie de la oficina. Pedro me esperaba ya, su cariñoso saludo como siempre antecedió a su invitación para acompañarle en la mesa. Era joven, rondaría los 40, y brillante, había tenido suerte de rodearme de gente brillante en esta etapa. La carta la conocíamos, fue rápido elegir. Igual de rápido fue Pedro en empezar a hablar. “Rebe, quiero contarte lo que me ronda en la cabeza desde hace tiempo y si quieres ayudarme sería genial. Sabes que participo en comisiones de RRHH externas donde nos juntamos “locos de los rrhh”. En ellas no me canso de escuchar hablar de los seniors, los millenials, la generación Z, del edadismo, que término más feo, (…) en fin. Muchos de los colegas con los que hablo tenemos problemas de este tipo en nuestras empresas, lo veteranos no se adaptan, los millenials son caprichosos… Se habla mucho pero aún no hemos dado con la fórmula adecuada. A ti te he visto trabajar con todo tipo de personas en los diversos proyectos estos años y tus resultados siempre han sido exitosos, has hecho funcionar cualquier equipo, sabes encajar las piezas, da igual quien te enviemos…” Su charla la acompañaba de silencios y luego seguía, generando así una curiosidad en mí, no alcanzaba a adivinar dónde quería llegar. “Me he entrevistado con mucha gente, y he hecho investigaciones al respecto. De ahí, que me gustaría escuchar tu opinión sobre….” Y así, en 5 intensas horas de comida, café y mucha conversación, increíblemente fuimos capaces de plasmar lo que vendría a ser mi nuevo proyecto. En 5 horas él puso la cabeza y yo la experiencia, él puso la emoción y yo la razón, el soñaba y yo lo interpretaba en mi libreta. Dibujamos la forma de integrar las generaciones de trabajo, esbozamos 3 principios que debían respetarse y las bases de sus programas de trabajo. En dos meses habíamos diseñado el proyecto, Pedro abrió las puertas de colegas para testear, los resultados fueron buenos, cumplíamos nuestros propósitos iniciales, ya solo faltaba dar el paso, creer en él como modo de vida.

Y aquí estoy ahora, 6 años después de aquella conversación, dirigiendo PeopleFlow1, 25 personas en un equipo intergeneracional, 4 oficinas en España, con un volumen de negocio relativo en las tres áreas que definimos, y dedicados a integrar generaciones en las compañías, generando planes de transición y modelos de cooperación intergeneracional. Hemos roto barreras, los KPI,s de rotación generacional descienden en aquellas empresas en las que estamos trabajando, ni despidos para los veteranos ni rotación en los jóvenes, los CEO,s están satisfechos. Y yo me siento más feliz que nunca. ¡Bendito día aquel, que intenso fue, del cielo al suelo y vuelta a subir en apenas 12h! Descubrí que mi fortaleza no eran los proyectos, eran las personas y los equipos que formaba con ellas. Pedro, utilizando su sabiduría sacudió en mí la amargura de aquel momento, es más, no dejó ni siquiera que entrase en mí, y sin decírmelo me fue guiando en el diseño de mi propio destino, durante 5 pacientes horas, y muchas conversaciones posteriores. Aquel día también descubrí la esencia del trabajo de “los locos de RRHH” “o Personas” como quieran decirse. Cuando son verdaderos sabios y su fin es la persona, sea quien sea, sea cuando sea, y su visión sea hacer crecer aquello en lo que están inmersos, su valor es extraordinario.

Por cierto, Pedro, que continúa en mi antigua empresa, promocionó al poco tiempo a Responsable Región de Europa. Sigue siendo nuestro mejor prescriptor, pero no del negocio y su enfoque sino del valor de las personas que lo dirigimos.

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