19 de abril de 2024
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Liderazgo y teatro, ¿otra extraña pareja?

Líder y liderazgo son términos con tantos significados que los hacen poco operativos y dejan al contexto en el que se habla su sentido. Cualquier diccionario de sinónimos alerta de esta imprecisión que mezcla caudillaje, dirección, guía, poder, mando, ascendiente… Bajo el mismo paraguas encontraremos a Luther King, Napoleón, Gandhi, Hitler, César, Lenin, Obama, Bin Laden o el Papa Francisco, por poner algunos ejemplos.

En el mundo de la empresa, y en particular de la gestión, es habitual vincular en los puestos directivos el liderazgo a los aspectos hard o grandes: dotes de mando, capacidad resolutiva y de enfrentarse y dominar situaciones difíciles, de ver el futuro y guiar a la organización al éxito global… Es obvio que en la configuración de ese tipo de líder intervienen una gran cantidad de factores  algunos de ellos genéticos, y otros que requieren un desarrollo dilatado en el tiempo. Cierto que el teatro puede ayudar también a esos dirigentes a comunicar mejor, a narrar mejor, a emplear los recursos abundantes que ayudan a un líder a mejorar su imagen. Pero hoy y aquí no hablaremos de ese tipo de liderazgo “duro”.

Y no lo haremos porque ahora vamos a centrarnos en lo que aportan las técnicas teatrales al desarrollo y fortalecimiento de las habilidades de conducción de equipos y gestión de grupos. Un terreno más humilde pero decisivo en el día a día de la empresa. Porque fortalecer la capacidad de coordinación, de dirección de equipos, de escucha y de todas aquellas otras capacidades que los demás perciben como dignas de confianza, fortalece al mismo tiempo el tejido de la empresa y su capacidad de competencia interna y externa. Y al fin sus resultados.

Pero, ¿cuáles son los rasgos, las capacidades que inspiran confianza entre los miembros de un equipo, y que unifican al grupo para aceptar de buen grado a uno de sus miembros  como el “líder” suave del que hablamos? Señalemos algunos de los más relevantes, lo que  nos permitirá luego establecer su paralelismo con el teatro.

1. Dotes de escucha y empatía. Es decir, saber escuchar y atender las preocupaciones, deseos, inquietudes, críticas…, de cuantos forman parte del equipo. Ponerse en los zapatos del otro, que exige quitarse los propios –los prejuicios, los caminos trillados- antes. No escuchar equivale a ordenar, a mandar, lo que actúa como corrosivo en la confianza del colectivo.

2. Capacidad de asumir responsabilidades variables y de hacer frente resolutivamente a situaciones imprevistas, sobrevenidas o de crisis. Quien conduzca, guíe o dirija un equipo ha de estar preparado siempre para dar un paso al frente.

3. Comunicación/narración. La conducción de grupos demanda capacidad de comunicación persuasiva, facilidad para explicar y explicarse, para crear historias y para saber contarlas.

4. Creatividad y apertura a la exploración. Un líder de grupo no teme a las novedades ni las innovaciones, sino que las alienta. Aprende y se renueva al mismo tiempo que promueve o facilita la innovación en el grupo.

5. Energía adecuada a cada acción y a cada momento. Atento a que su voz, su cuerpo, su actitud expresen la energía alta y despierta que se requiere en la gestión de un grupo.

6. Deja trabajar al grupo y lo implica en la gestión y para ello relaja el control; favorece el crecimiento de sus equipos; es capaz de ceder el protagonismo; es negociador y paciente frente al conflicto.

Son cualidades que favorecen que el grupo deposite su confianza en quien las posea en mayor medida. Todas ellas pueden ejercitarse, fortalecerse, desarrollarse con técnicas teatrales propias de la dirección y la interpretación, con ejercicios que forman parte del entrenamiento de todos los actores y que utiliza el director de escena en cada proceso de ensayos de una nueva obra, en cada representación.

Sí, los actores están entrenados para cambiar de personaje en cada obra, y a menudo en una misma obra; están preparados para reaccionar ante imprevistos que se producen en el directo; saben que ceder el protagonismo a otros forma parte intrínseca de su oficio,  y que la energía que han de mostrar en el escenario es siempre más alta que la de la vida real. Están preparados para trabajar bajo la presión de la crítica y del directo, del público; saben “escuchar” el texto de los otros actores por que de no hacerlo los diálogos parecerían falsos; saben resolver los conflictos inevitables en un equipo que convive largas semanas de ensayos y cada noche durante meses… Todo ello con ejercicios concretos disponibles para cuantos en el mundo de la empresa los necesiten.

¿Qué aporta, pues, el teatro al liderazgo y en particular al liderazgo suave del que hablamos? Pues ahí es nada: ayuda a identificarlo, a reforzarlo, a ejercitarlo. Y además lo hace de un modo divertido. Si hubiese una escuela de liderazgo las técnicas teatrales deberían formar parte imprescindible de sus rutinas.

 

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